2 jun 2011

My Murder. Prólogo.


Recuerdo haber despertado. Mis ojos se abrieron de golpe cuando escuché un grito de mujer aterrada a lo lejos. Me encontraba en un lugar indescriptible. Había muebles viejos aquí y allá, todo estaba oscuro. Aún con la espalda sobre el colchón, giré la cabeza a mi derecha y fue ahí donde me encontré con lo más extraño que pudiera haber visto después de notar que yo no estaba en mi casa. Un muchacho joven se encontraba sentado en una silla de plástico justo en frente de una mesita de madera en donde había una televisión. El chico tenía ambas manos ocupadas; la derecha, sostenía una taza –quizá de café, o té, yo qué sé- y en la izquierda, estaba el control remoto. El grito que me había despertado hace un instante, provenía de la televisión; el muchacho,  se encontraba viendo una película de terror.
De las sombras, apareció un tipo de tez pálida. Caminó sigilosamente y se puso detrás del chico que veía televisión.  Justo cuando el asesino de la película tomaba en sus brazos a una dama, éste, le picó las costillas al otro y lo asustó. El muchacho que veía televisión, dio un grito ensordecedor. El otro, se burló de él. Algo se dijeron, pero no logré escuchar, estaban a unos cinco metros de mí. De repente, el hombre de tez blanca, caminó en dirección mía.
-No es culpa mía, pequeña. —Murmuró, con los ojos verdes brillándole, como si fuera un niño a punto de hacer una travesura. De alguna manera, ya sabía lo que venía.

 Cerré los ojos, esperando a sentir algo, un golpe, un azote, un rasguño, algo. Pero nada pasó, en vez de eso, mi cuello comenzó a dolerme y mi garganta ya no dejaba pasar el aire. ¡Me estaban asfixiando! Hice todo lo posible por arrancarle las enormes y tibias manos de mi cuello, pero su fuerza superaba a la mía. El estrangulador echó una carcajada. El cuerpo me temblaba y la cabeza comenzó a darme vueltas. Recuerdo haber tirado de patadas, lo cual también había sido en vano, porque no golpeaba más que al aire. Por cada segundo que el tipo me asfixiaba, yo me volvía débil.
  Entonces, me hormiguearon los dedos del pie; la sensación llegó hasta las rodillas, después al torso entero hasta llegar a los hombros. Ya había dejado de patear cuando noté que mis manos dejaron de moverse pese a mis intentos fallidos. Mis ojos vieron por última vez aquellos ojos verdes brillante en la obscuridad. Justo antes de desvanecerme para siempre, volví a mirar a mi derecha para intentar pedirle ayuda al chico que se encontraba viendo la televisión. Lo vi correr hacia mí con cara de preocupación. Creo que gritó mi nombre, pero no estoy segura. Al final, cerré mis ojos y entonces tuve una clase de recuerdo.
La obscuridad volvió a llenarme. El frío me enchinó la piel y luego sentí vértigo. La sensación de caer hacia ningún lado es tan rara, que no sé cómo describirla. Me zambullí en alguna clase de pantano y me quedé ahí, en la orilla, dejando que mi mente me recordar qué me había sucedido.
-Buenas noches, corazón. — Escuché una voz grave saludar dentro de mi cabeza.
  En mi recuerdo, sentía angustia. Sin embargo, no lograba ver nada. Era como tener un par de audífonos escuchando un audio libro mientras duermes entre las penumbras.
  Escuché mi voz temblando. Gemía. ¿Me dolía algo, acaso?
-¡Largo!—Le gritaba. Silencio. Luego, la voz grave se reía con maldad. Después, escuché como si una clase de chispa eléctrica chocara con algo más. – ¡AAH! Me duele. ¡Duele mucho! –Mi voz lloraba. — ¡Por favor, el látigo no!
-¿Te duele, verdad?—le preguntó retóricamente.
-Si… sí, me duele. —Confesé con la voz diminuta.
-¿Quieres un cigarrillo?—Preguntó la voz grave.
-N-no, gracias. —Me escuché contestarle con educación.
-¡Toma!—Gritó el hombre que me torturaba. Me escuché gritando dolorosamente una vez más.
-¡No! ¡Aah… no en la pierna!
-Vamos a tener una fiesta ¿sabías?
-No, no por favor. —Supliqué. —No me toques, por favor. –Un gemido de temor salió de mi garganta. —No, no… yo me sé desabrochar sola.
De repente ya no hubo nada más que escuchar. El silencio en la penumbra de mi muerte me dio miedo. Me quedé quieta sin hacer ruido, esperando saber qué más me había pasado.
  Después de unos segundos infernales de incertidumbre, escuché la hebilla de un cinturón caer al suelo, un colchón rechinando de manera incesante. Mi voz se había esfumado, sólo quedaban mis sollozos desesperanzados. Después, silencio total de nuevo.
Pude imaginar mi propio rostro con lágrimas ligeras yendo de aquí para allá, pude imaginarme dándome por vencida, aceptando mi destino.

  Luego, logré abrir los ojos de nuevo pero ya no me sentía igual. Algo en la espalda me faltaba; me faltaba peso. Me senté sobre el colchón. A mis pies, se encontraba un espejo de cuerpo completo. Entonces, vi en el reflejo a mi cuerpo echado ahí, en la cama sucia. Me levanté para ver si era yo quién se encontraba así, pero el reflejo del cuerpo en el colchón no se movió conmigo.
Me paré completamente del colchón, aún mirando al espejo. Intenté buscarme, incluso me acerqué, pegué suavemente mi rostro a aquél mueble, pero nunca encontré mi reflejo.
  Fue ahí cuando lo supe. Yo ya había muerto.

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