29 feb 2012

My Murder: Capítulo 26. FINAL

En este capítulo me tomé la libertad de poner algunos links de canciones con las que logré inspirarme, y con las que el capítulo logrará ser mejor que los demás. Los links son de YouTube, son canciones expectaculares. Les pido, de favor, que le den click cuando comiencen a leer la siguiente parte que sigue después del link. Son solamente dos, aparecerán en el transcurso de la lectura.
 Con esto me despido, y le agradezco de corazón que se hayan tomado la molestia de leer esta historia ficticia. -Besos, Elina.Shame.
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"Mi asesinato"


My Murder

 Aquella noche, dormimos juntos, sobre mi cama. Susurrando uno al otro “te amo” tantas veces que hubo un momento en que las palabras ya no bastaron y supimos que nuestros cuerpos se deseaban.
 Después de tanto movimiento y gemidos sobre la cama, Frank me acarició la espalda debajo de la luz de la luna traspasando mi ventana.
 Yo me encontraba recostada sobre su cuerpo, desnuda igual que él, aún con un calor tremendo. Su frente sudaba, igual que mis piernas.

-Eres mía—susurró juguetón sobre mi oreja.
-Eres mío—le arremedé.
-Sí—aceptó y me dio un beso chasqueando la boca en el cuello.

 Frank cerró los ojos e inmediatamente se quedó dormido.

 Mi rostro estaba sobre su pecho, escuchaba claramente la manera en que su corazón latía. Un bum rápido detrás de su piel y sus costillas se dejaba oír en mi oído izquierdo, haciendo que me tranquilizara y durmiera también.

 Pero antes de seguir con mis sueños, minutos después, un susurro sobre mi cabeza me hizo abrir los ojos.
-Huyamos—me pide Frank somnoliento—Salgamos de este pueblo de mala muerte. Vivamos lejos de toda esta pesadilla y juntos del corazón del otro—suspiró inspirado—Así podré quererte como jamás quise a nadie… Seamos invisibles ante ellos y todo para el otro.
-Sí—acepté y entonces pude dormir tranquila, a la luz de la luna sobre el pecho desnudo de mi Frank, el Frank de mis sueños.

****


Al abrir los ojos la luz del sol matinal me hizo cerrarlos de golpe otra vez.  Me tallé los párpados intentando acostumbrarme.

 Cuando lo logré, me di cuenta que ya no me encontraba sobre Frank… No estaba por ningún lado.
 Miré a la cabecera, ya no se encontraba la pared de mi habitación. Yo ya no estaba en mi casa.

 Mi cama comenzó a moverse, como si alguien la empujara y esta quisiera irse volando.

 Pero mi cama no es realmente mi cama. Es una camilla.

Entonces oigo gritos, gritos de una mujer a quien yo conozco.
“¡Abran paso! ¡Necesitamos salvarla de la locura!” gritó detrás de mí, haciendo que realmente mi camilla quisiera volar entre un pasillo de paredes y pisos amarillos.
 Entonces, diestramente me senté agarrándome fuerte de las orillas de la camilla. Miré hacia atrás.

 Y ahí estaba ella empujando. Emilie, la prostituta del supermercado, estaba vestida de enfermera. Una enfermera puta. Con esos labios rojos y un corazón dibujado sobre la mejilla izquierda. Sonreía mirando el camino como si de un juego se tratara.

-Recuéstate—me pidió amable—Ya te ha pasado mucho.                    
 Yo la obedecí, aún así miré arriba logrando vislumbrar sus senos desnudos detrás de la tela transparente del uniforme hospitalario. Ella seguía corriendo, abriéndose paso entre niños, mujeres, hombres y ancianos a punto de morir.

-¿qué estás haciendo aquí, Emilie?—le pregunté con sorna— ¿Y Frank?
-Te ayudo a no perder la cordura. Has estado mucho tiempo fuera el mundo real, es hora de levantarse. Esas bestias te dieron un somnífero potente—fue lo único que dijo antes de entrar a una habitación.

 Era la misma a la que me habían llevado cuando me metí en el cuerpo de Helena.

 Me dejó en el mismo lugar donde las otras enfermeras cuidaron de mí siendo Helena Lee.
Emilie me dio un beso en la frente
-Te dejo en buenas manos, Scarlet—suspiró y con sus enormes ojos abiertos me miró embelesada—Lamento que todo esto esté pasándote. Pero descuida, el efecto de la droga que ingeriste terminará pronto—se acercó a mi oído cubriéndome la cara con su cabello teñido de rosa y murmuró—No le digas a Isabella que te dije eso.

 Y se fue desapareciendo entre el pasillo amarillo fuera de la habitación.

-¿Dónde has estado, Scarlet?—preguntó una voz conocida.
-¿Qué está pasando, pequeña?—le respondí con otra cuestión. Sabía que era la pequeña Scarlet.
 Entonces se abrió una puerta que no existía sobre la pared a mi izquierda. Y ahí apareció Isabella, con la misma estatura que yo, pero usando el vestido de la pequeña Scarlet.
 Sin que yo lo pidiera, las lágrimas comenzaron a humedecer mis ojos y comenzaron a caer sobre mis mejillas. Por enésima vez me encontraba llorando nostálgica.

 Es que, simplemente, no podía creer que ella estuviera conmigo.

-Soy yo, hermanita—me dijo—No soy ninguna “pequeña Scarlet”
-Siempre fuiste tú—deduje cuando me dijo lo anterior.
-Claro. No podías ser tu misma, sería ilógico… ¿no crees?
-Supongo—contesté y mi voz se quebró al final. Tragué saliva y sequé mis lágrimas. Isabella, mi hermana gemela, caminó hasta mí sonriente.


-Es hora de despertar, hermanita—me dijo. Y al igual que Emilie, mi hermana me plantó un beso en la frente—Nos veremos después. Mucho después.
-¿Qué?
-Por cierto… Todo eso de los siete cielos, los ángeles, yo y el contrato que firmaste con el jefe, digamos que no existió.
-¿Pero, de qué demonios estás hablando?

 Como siempre, todo se volvió oscuro y ella no me contestó. Pero comprendí que quizá yo tendría que olvidar todo aquello. Emilie habló de un somnífero… ¿Qué somnífero? Quizá esa droga es la que haya logrado mis alucinaciones con Helena, Gerard y Frank. ¿O no?

 De pronto, mi cómoda camilla comenzó a endurecerse. Cerré los ojos llena de miedo. Mis piernas comenzaron a dolerme, mis brazos tuvieron moretones y comencé a sudar. Una voz grave volvió a hablar.

-No va a pasarte nada, cielo—me dijo.
 Entonces abrí mis ojos y…

  No puedo explicar cómo me sentí al darme cuenta que me encontraba en la misma bodega vieja y abandonada del inicio. El inicio de todo esto.

 Mario tomaba mis piernas desnudas con fuerza, Gerard se encontraba en mi cabeza tomando mis manos y Frank me miraba asustado, a unos tres metros de distancia del colchón, donde yo me encontraba recostada y atrapada. Se mordía las uñas, lleno de nervios.
 

 Intenté gritarle que me dejara en paz, pero Gerard fue hábil y me tapó la boca con su enorme mano pálida. Me besó la frente de manera lasciva y me sonrió ladeando el labio inferior a la izquierda, como siempre lo había hecho.


 Mario, al igual que yo, tenía las piernas desnudas y tampoco usaba ropa interior. Sabía lo que iba a sucederme si no actuaba rápido.

 No quise preguntarme nada en esos momentos, lo único que importaba era que nada me había pasado y que debía salvar mi propia vida.

 Supongo que Mario me había puesto aquél vestido blanco, traslúcido que me hacía avergonzarme de mi propio cuerpo. Puse fuerza sobre mis piernas y las cerré haciendo que él se molestara y soltara un gruñido.
-¡No te muevas, niña!—me gritó y golpeó mis piernas con un palo de madera.

 Ahogué un grito detrás de la mano de Gerard y sentí un ardor terrible en las pantorrillas, miré hacia abajo y noté que mis piernas sangraban de tantos golpes.


 Mario estaba a punto de penetrarme cuando logré encontrar la manera de morderle la mano a Gerard haciendo que éste gritara de dolor y me soltara. Me senté rápido sobre ese colchón maloliente del principio de esta historia.
 Miré a Frank, que se encontraba a mi izquierda. Lo miré con ojos de suplica.
-¡Frank!—le grité entonces.
 Él me miró asustado, como si no me conociera. Aún así no se movió de ahí, le dedicó una mirada atónita a Mario y luego volvió a verme. Éste último me tomó el brazo de nuevo intentando recostarme a la fuerza de nuevo en el colchón.

-¡No! ¡No voy a dejarte!—grité a Mario llena de coraje. No iban a quitarme la vida de nuevo—Frank, vámonos. Viviremos libres—le dije con un hilo de esperanza atravesando mi alma viviente, sin pensar que aquello cambiaría tanto las cosas… Porque antes de esto, nada más había pasado entre él y yo. Porque tuve una oportunidad más.

 Él seguía mirándome sin decir o hacer nada. Entonces, tomé la taza de café que yo ya había visto antes en la mesita y le aventé a Mario en la cara todo el líquido caliente. Él gritó con más furia, pues le ardieron los ojos.

-¡Eres una niña malcriada!—me gritó.

Yo aproveché para tomar a Frank de la mano y salir corriendo de ahí. Gerard seguía gritando de dolor por la mordida que le di hace unos segundos.

 Todo sucedió tan rápido.

 Aunque, no le vi bien el rostro, sabía que Frank conocía la verdad de todo. Su presencia era la que marcaba la diferencia esta vez, porque ahora él sí sabía lo que estaba sucediendo, porque, por alguna razón, yo sabía que él también vivió todo lo que conté en esta historia. Todo.

Al Salir de la bodega, recordé que estaba usando un vestido traslúcido, pues el frío caló mis huesos de inmediato. De nuevo era invierno… El invierno donde fui secuestrada al regresar de la escuela.

 Frank soltó mi mano en medio de la calle. Creí que se alejaría, pero me miró confiado y se quitó su chamarra… Y entonces me la puso encima, yo le agradecí con la voz más delgada que logró salirme de la garganta, estaba emocionada.
-Ya lo sé—susurró al tiempo que cubría mis hombros con su ropa calientita.
-Sé que lo sabes—contesté—Entonces, vámonos.

 Echamos a correr de nuevo a ningún lado exactamente. Después de unos metros, nos dimos cuenta que el camino seguía una carretera muy ancha.
-Aquí fue—inició Frank deteniéndose poco a poco—Donde Helena, se supone, chocó en su auto contra el del Gerard. ¿Estás de acuerdo?—preguntó para estar seguro que yo sabía de lo que hablaba.

 Yo afirmé con la cabeza y él me sonrió.
-Frank—dije en voz baja— ¿Crees que estén detrás de nosotros?
-Quizá—me contestó él. Me rodeó los hombros con su brazo derecho y plantó un pequeño beso en la mejilla—Pero no importa. Porque yo siempre estaré contigo.
-Y yo contigo—prometí.
-Te juro que me vengaré de todo aquello que te haya hecho Mario. No importa que esta vez no haya logrado asesinarte. Sabemos que lo merece.
 Me abrazó con sentimientos de grandeza y valentía, mientras el viento nos golpeaba en el rostro, logrando que nos ardieran las narices expuestas y ya rojas.

 -¿Cómo es que sabes que todo eso sucedió? ¿Cómo es que estás seguro?—quise saber.
 Frank me miró solemne
-Pues… la verdad estoy muy seguro, pero sé que fue todo un sueño para mí—suspiró—Es que después de que Gerard te drogara y te llevara a la bodega, dormí un poco.
-¿En el mismo colchón donde yo estaba?—pregunté curiosa.
-Sí—contestó él sonrojándose—Pero no hice nada, sólo dormí. La escuela es exhaustiva ¿sabes?—Después de eso, sus delgados labios se posaron sobre la coronilla de mi cabeza, besándome—Entonces, tuve un sueño que incluía todo aquello que tu también sabes.—Entonces, con los dedos comenzó a enumerar todo lo que ‘soñó—Tu muerte, las peleas con Mario después de eso, tu fantasma, Gerard ayudándome a mudarme, Helena peleándose conmigo y con su hermano… Tu regreso—soltó una risita que pude escuchar desde su pecho—Esa última parte fue mi favorita de todo.
-Pues las mías fueron alucinaciones interesantes—comenté entrecerrando los ojos al recordar todo aquello que viví hasta antes de regresar a la bodega.
-Por la morfina ¿Verdad?—concluyó él. Suspiró al tiempo que yo lo hacía—Qué vida…
-Y ahora henos aquí—terminé mirando hacia arriba para vislumbrar su perfecto rostro entre la neblina de la carretera.
 Seguimos caminando con las manos entrelazadas sobre el pavimento húmedo de la carretera que iba a quién sabe dónde.

 No se escuchaba nada, sólo algunas pisadas pequeñas de animales en ambos bosques que abrazaban nuestro camino. Todo era quietud. Las palabras no salían de nuestras bocas porque con el simple hecho de encontrarnos abrazándonos, era suficiente para saber que nos amaríamos eternamente.

 Pero de pronto escuchamos un chasquido cerca de nosotros y algo cruzó el cielo.

-¡Ya sabía que iba a encontrarte, imbécil!—gritó alguien.

 Frank dejó de caminar y yo también. Se tensó de repente al escuchar aquella voz, y ambos miramos a nuestras espaldas. Al darnos cuenta del personaje de quien se trataba, sin siquiera mirarnos, al mismo tiempo corrimos en dirección contraria al padrastro de Frank en medio de la carretera. Pero entonces, nos dimos cuenta que aquella carretera no seguía un camino fijo… El final de ésta era un precipicio muy alto. Antes de que yo pudiera dar otro paso, Frank me tomó de la chamarra logrando salvarme la vida.
-Con razón no venían carros de este lado—murmuró él con la cara pálida.
-¿Qué hacemos entonces?—le pregunté preocupada abrazándolo otra vez.
 Alguien nos alcanzó.
-¡No, Mario!—era Gerard interponiéndose en su camino. Entonces, el mencionado, lleno de ira, tomó un arma y disparó…

 El estómago de Gerard sangraba, mientras gruñía de dolor. Frank y yo lo miramos tirado en el suelo a unos metros de nosotros, llenos de asombro. Él se separó de mí e intentó ayudarle, pero Mario lo amenazó aún alzando la voz a menos de 50 metros de distancia.

-Si vuelves a hacer una de tus tonterías, niño, enserio voy a asesinarte. No me importa pudrirme en la cárcel—bufó con el rostro rojo—Ya me has destrozado varios planes.
 Pero Frank no hizo caso y se agachó a darle ánimos a Gerard. Se puso de cuclillas y tomó su cabeza.
 Gerard estaba casi inconsciente, sus verdes ojos intentaban cerrarse sin que él lo pidiera. Apenas y podía respirar. Se miraron preocupados, yo simplemente los veía parada con la chamarra caliente de Frank en mis hombros y lágrimas en los ojos.


-F-Frank—susurró el de cabellos más oscuros—Eres… U-una gran… P-persona.
-Oh, Gee—dijo él sin saber realmente qué decir.
-No dejes… Que te—hizo una pausa tocándose el vientre—Que te dañe. No te conviertas en lo que fui yo por… años.
-Todo va a estar bien—argumentó Iero intentando creer en sus propias palabras.
-Frank. Cuida de Scarlet… Sé lo que sientes, nunca lo niegues—Suspiró intentando recuperar sus propio aliento—No te vuelvas un matón como yo. Ámala con el alma.
-No te despidas todavía, Gerard—le suplicó Frank hincado—No te despidas.

 Entonces escuché un chasquido. Temí que fuera como aquellas veces en las que escuchaba algo como eso y la pequeña Scarlet, que ahora sé          que es mi hermana, aparecía de pronto para llevarme por nuevos caminos.
 Esperé a que algo como eso sucediera, pero no fue así.
 De alguna manera, algo me obligó a moverme rápidamente justo en frente de Frank, quedando de espaldas al camino de la bala que Mario acababa de activar.

 Sentí algo atravesarme la espalda justo del lado izquierdo, atravesó también mi costilla y mi pulmón hasta estancarse en mi frío corazón. Se me iba el aire. Frank me miró espantado con Gerard muriendo en su regazo. Entonces, soltó su cabeza, lo dejó ahí tirado para alcanzar a sostener mi cuerpo desvalido.
 Se sentó sobre el pavimento, logrando sentarme a mí también. Comencé a ver todo borroso. Frank tomó mi rostro con sus manos frías por el ambiente del precipicio en el que nos encontrábamos.
-¡No, por favor!—Soltó un grito desgarrador que lastimó mis oídos.
-Te amo—le juré. Sabía que no sobreviviría. Una bala en el corazón… ¡Ja! Al menos logré besarlo antes de morir.
-¡No te dejaré! ¡No me dejarás!—después de gritar esto, Frank besó mis labios por última vez— ¡Eres todo lo que tengo! ¡Lo que me queda!

 Entonces, hizo algo que yo jamás hubiera pensado. Se levantó y me cargó. Corrió conmigo en sus brazos hacia la orilla y se lanzó.

 Caímos hacia el fin del mundo, juntos. El precipicio era la mejor escena para esta muerte con mí ser amado. Sonreí mientras la fuerza de gravedad nos avisaba que se acercaba nuestro fin… Tomé la mano de Frank para no separarnos en el transcurso. Él apretó la mía.

-Te veré en alguno de los siete cielos, amor—le prometí.
-Eso espero—Me dijo él con lágrimas en los ojos, las cuales flotaban al soltarse de ellos—Te amo como a nadie.

  Caímos al fin. Golpeándonos todo lo golpeable. Y adorando el momento. Esta era nuestra redención, la única manera de volvernos libres juntos, a pesar de ser asesinados.

“Let’s start over again. Why can’t we star it over again? Just let us start it over again. And we’ll be good. This time we’ll get it right, get it right. It’s our last chance to forgive ourselves.”



FIN

26 feb 2012

My Murder: Capítulo 25. Parte DOS

Parte II "Scarlet"



El sol entraba por la ventana de mi habitación, haciendo que se viera menos triste que los recuerdos lejanos que ya tenía.

 Mi cama, con las cobijas acomodadas y mi pijama en medio se veía diferente sin mí en ella. El clóset sin ropa, pero lo demás estaba igual que las demás habitaciones en la casa: como si nadie hubiera tocado nada para que todo pareciera paralizado.

 Hacía un año de mi muerte, hacía un año que no me recostaba ahí.

Yo me encontraba en el marco de la puerta y Frank me miraba sentado sobre la silla de un escritorio que yo tenía, se mostraba un poco serio y contenía las ganas de llorar.

-Eres tú—me dijo con los ojos brillosos—Scarlet, tú eres Scarlet.

 Me quedé petrificada ante aquella espontánea declaración.
-¿Cómo dices?—dije entrecerrando los ojos.
 Él se levantó y caminó hasta a mí. Me miró otra vez de arriba abajo, como cuando salimos de la casa de Gerard, y esta vez sonrió.

-¡Eres Scarlet!—me tomó de los hombros y me miró a los ojos—Incluso tus pupilas cambiaron al gris, como sus ojos.
 Yo no dije nada, realmente no sabía cómo se veía mi cara, pero era satisfactorio que él mismo se diera cuenta.

 Me abrazó con ternura. Su cuerpo compactando el mío era más cálido de lo que esperé jamás. Deshice el abrazo.
-Siempre fuiste tú—me dijo sin que yo le afirmara nada.
  Entonces, automáticamente sonreí y de la misma manera cerré la puerta  de mi habitación para así, quedar enfrente del espejo de cuerpo entero que colgaba de ella.
  Miré mi reflejo de nuevo.

 Tenía aún la figura alta de Helena y varios rasgos de ella. Pero, como había dicho Frank, mis ojos ya no eran verdes aceituna como los de ella y su hermano Gerard. En vez de eso, se habían tornado grises, como los míos, los de Scarlet.
  Sonreí aún más ante la sorpresa. ¿Acaso está ocurriendo alguna clase de metamorfosis en mí?

-Soy yo—dije dándome cuenta que mi voz volvía a ser la mía y no la de Helena. Abrí los ojos por esta segunda sorpresa. ¿Qué estaba pasando?
  En el espejo vi a Frank detrás de mí dejando que una vez más en el día, sus cálidas lágrimas cayeran sobre sus mejillas rosadas rodando hasta precipitarse con su propio pecho. Juntó las manos y entrelazó sus propios dedos debajo de su cintura. La postura de alguien ilusionado, claro está.

 Volteé a verlo, aún tenía la cara alegre. Abrí la boca para decir algo, pero realmente nada vino a mi mente, así que mi garganta soltó un gemido extraño.

  Frank me miró, caminó dos pasos hacia mí logrando que su rostro quedara más cerca del mío.

 Respirábamos técnicamente el mismo aire al encontrarnos tan cerca el uno del otro. Miré en sus ojos almendrados y el miró los míos.

-¿Quién eres?—preguntó para no equivocarse.
-No lo sé—confesé
-¿Desde cuándo?
-¿Desde cuándo, qué?—dije mirando sus delgados labios y luego regresando la mirada hasta sus ojos de nuevo. Este momento era el que siempre estuve esperando.
-¿Desde cuándo no lo sabes?
-Desde hace un año. Cuando morí—murmuré más bajito, como si fuera un secreto. Sin dejar de observar cada parte de su rostro. No puedo creer que haya encontrado la respuesta sin que yo le diera indicios— ¿Pero cómo lo supiste?—Le dije aún respirando su aire.
-Tuve fe, Scarlet—sonrió al pronunciar mi nombre mirándome a los ojos—Scar… en inglés significa “cicatriz” ¿lo sabías?
-Sí—respondí amando mi propia voz—Mamá lo decía siempre…
-Porque  lo eres…--suspiró y con su mano derecha tomó mi rostro—Eres la cicatriz de mi alma, aquella que nunca desaparecerá porque yo no quiero que lo haga… La cicatriz de mi amor por ti
 

  Entonces, alzó su mano izquierda y tomó mi otra mejilla acerándome más a él, el frío ambiente se había tornado muy cálido entre nosotros. Sus labios ya posados sobre los míos eran exquisitamente perfectos. Comenzó a explorar mi boca y yo la de él, su aliento era todo lo que siempre necesité, y exactamente su boca lo que todo el tiempo estuve deseando.
  Sin separarnos, Frank me tomó de la cintura haciendo que nuestros cuerpos se juntaran al igual que nuestros rostros, seguía besándome, yo lo abracé como a nadie en toda mi vida. De vez en cuando nuestras narices se encontraban y él sonreía divertido, o me miraba alegre aún con los ojos cristalizados.

 Hubo un momento en el que el aire comenzó a escasear y decidimos dejar aquél baile entre nuestras bocas. Nos alejamos sólo un poco y volvimos a contemplarnos uno al otro durante un silencio de larga duración.

  Pero fue Frank quien rompió el hielo

-¿Por qué te fuiste y regresaste así?—preguntó sentándose sobre mi cama. Dio una palmadita en la colcha a su izquierda, invitándome a hacer lo mismo, yo obedecí.
-Tuve que hacerlo, Frank.
-Me dejaste solo
-Lo sé—suspiré—Y lo siento.
-No sabes cuántas cosas sucedieron durante tu ausencia. Porque…  sí existía tu fantasma ¿verdad?
-Claro que sí—contesté segura de mí—Siempre estuve contigo…
-Menos cuando Emilie iba a violarme, tampoco cuando Gerard me amenazó de muerte, o cuando llegó la verdadera Helena a tratarme mal—hizo una pausa y luego me miró sorprendido—Por cierto…

¡Emilie!

Lo interrumpí entonces.
-¿¡Emilie iba a qué!?—Pregunté histérica. No podía creerlo, por culpa mía Frank hubiera sido tocado por esa prostituta barata— ¿Es enserio?
-S-sí—respondió atónito ante mi reacción.
-¿Por qué? ¿Qué pasó?—hice una pausa—Oh, esa ramera… Ahorita mismo voy a ir al supermercado a…—dije molesta cerrando los ojos, estoy segura que mi coraje se notaba en los puños que hice al lado de mis caderas.
 Pero la segunda reacción de Frank me hizo enmudecer, me calló la boca con otro beso al que yo correspondí de inmediato. Después de eso, él se rio quedito.
-¿Qué?—pregunté con algo de molestia— ¿Cuál es el chiste, Frank?
 En vez de que se asustara o que él también se molestara, Frank rió un poco más fuerte y luego tomó mi rostro con ambas manos acariciando mis pómulos con sus pulgares.
-Es que…--suspiró viéndome—Es tan linda la manera en que te molestas. No te detengas, sigue haciéndolo, es interesante verte así… Me gusta
-¿Eh?
-Sí, Scar…--me sonrió—Es sólo que antes no hablabas nada y ahora nadie te cierra el pico, hasta salen maldiciones de ahí—señaló mi boca.
-Sólo tú lo haces—respondí bajando la mirada.
-¿Qué?
-Logras callarme—miré al suelo pero él me levantó la cara—Apuesto a que jamás me hubieras besado en el pasado, antes de morir.
 La incertidumbre regresó al rostro de Frank. ¡Maldita sea! Debí recordar que el tema de mi asesinato aún lo volvía sensible.
-Lo siento—Le dije pasivamente.
-¿Por qué?
-Por desaparecer así. Por no luchar y morir. Por dejarte sólo, por todo—solté rápidamente.
-No Scarlet—se acomodó bien sobre mi cama soltando mi rostro—Todo eso fue culpa mía. Yo te asesiné.
-Fue Gerard, no te culpes.
-Pero yo le ayudé, incluso te aventé al lago en el parque—esta vez fue él quien bajó la mirada, lleno de vergüenza—Yo lo siento. Y mucho.


 Frank se recostó sobre mi cama, soltando un largo suspiro y miró al techo.
-Creí que si lo hacía, mi amor por ti también moriría, le creí a Mario y también confié en el bastardo de Gerard.
 Dio un golpe seco sobre la cama con su puño y gruñó molesto consigo mismo cerrando fuertemente los ojos.
 Entonces, decidí recostarme a su lado de espaldas. Frank volvió a abrir los ojos para verme. El sol nos daba a ambos en la cara, sus ojos se volvieron más claros todavía con la luz penetrando la ventana. Por enésima vez en el día, Frank me sonrió y por enésima vez, le devolví el gesto. Era tan dulce la manera en que me hacía sentir bien.

-¿Por qué querías que tu amor muriera?—le pregunté con voz suave retomando lo que había dicho segundos antes.
-Porque… Tú nunca te diste cuenta de mi existencia—confesó.
-Tú… tampoco te acercaste—me defendí.
-Me dolías—siguió—Tanto que escribí esa canción para ti.
-Me gustó—le dije—Realmente me veías ¿verdad?
-Cada segundo de mi vida, Scarlet—sonrió sin verme a mí. Soltó un largo y ruidoso suspiro, después volvió a mirarme.

25 feb 2012

My Murder: Capítulo 25. Parte UNO

Parte I “Isabella”

-¿Podemos tomar un baño antes?—Me preguntó Frank mientras salíamos del parque.
-De acuerdo—dije fastidiada—Regresaremos a casa de Gerard, tomamos un baño, volvemos a agarrar nuestras maletas y vamos a la casa que te digo.
-Bien—dijo él satisfecho.


  Comenzamos a caminar. Llegamos a casa de Gerard y recogimos todo el desorden que logramos al enfrentarlo. Hicimos lo que prometimos y salimos abrigados ligeramente camino a casa de mi abuela.
  Al salir de la casa, Frank me miró de arriba abajo, como examinándome. Me miró serio, como si algo estuviera mal, y luego apretó el paso.

  Durante la caminata él, lleno de curiosidad, me preguntó muchas cosas personales sobre Helena, cosas que tuve que evadir un poco y agregarle de mi cosecha… Espero que la media hermana de Gerard sea parecida a mí en cuanto a gustos musicales, pasatiempos y esas cosas. De todos modos él no está aquí para desmentirme.
-Entonces no te gustan los vestidos—dijo él cuando doblamos la esquina de mi calle, inmediatamente llegaron recuerdos a mí. Qué hermoso era ser un humano y tener recuerdos.
-No—dije.
-y…--pensó un poco--¿Dónde están Donna y Donald, tus padres?
-Eh… Pues—dije yo titubeando, ¡Maldita sea! No sabía alguna cosa sobre ellos. Tendré que mentirle de nuevo, al menos Gerard no me escucha—Fallecieron en un accidente. Pero ya no importa.

Frank miró la calle con cierta sospecha, luego su mirada siguió hasta su izquierda.
-Para allá—dijo—Más al fondo se encuentra el cementerio.
 No entendí lo que me quería decir, así que yo no dije nada.
-¿Podemos visitar el cementerio antes de ir a… tu casa?—preguntó con esperanza deteniéndose.
-Pero ya casi llegamos, Frank—supliqué.
-Es importante para mí, Helena. Hace mucho que no voy a ese lugar.
-De acuerdo, pero solo iremos unos minutos, quiero regresar
-Bueno—dijo él, con los ojos brillosos llenos de esa ilusión que él siempre poseía.

  No puedo entender cómo es que él me obliga a hacer cosas de una manera tan amable y linda.

 En esta ocasión, ya que sentía que se me iba el tiempo y el viento frío golpeaba fuertemente nuestros rostros, decidí tomar un taxi.
 Metimos nuestras mochilas con ropa y el conductor rápidamente arrancó.

*

  Ya en el cementerio, Frank se puso a buscar una lápida en particular.
Quizá la de su madre, pensé. Yo lo seguí ciegamente intentando buscar el apellido Iero o quizá Priccolo.
 Pero, en un rincón, apartado de las demás, se encontraba una tumba solitaria y llena de césped crecido. Ahí fue donde Frank se arrodilló con una media sonrisa trazada en sus labios. Plantó un beso en la piedra y yo me acerqué.

-Es ella—dijo con voz entrecortada.
-¿Quién?
-Mi amiga, de la que te hablé—suspiró ahí en el suelo—Scarlet — miró a su derecha y señaló con el dedo—Y aquí, justo a su lado, se encuentra su hermana gemela.
 Mi tumba… Era mi tumba, justo ahí se encontraba mi cuerpo, el cuerpo al que esta alma en transición pertenecía.
 Pero en vez de dirigirme a la mía, fui y a la derecha de Frank, me arrodillé ante la tumba de mi hermana. Sentí un vacío terrible, el mismo que pasó por mi estómago el día de su entierro…
-Leucemia—dije mirando la lápida detenidamente.
-Sí—asintió Frank con lágrimas en los ojos—Y pensar que eran gemelas.
-Todos creían que Scarlet le había provocado esos moretones ¿no?—seguí.
-Sí, pero yo sabía que no era cierto. ¿Tú conoces la historia?
-Claro que sí—dije con tristeza—Se llamaba Isabella.
-Ah, claro—suspiró—Es obvio, el pueblo es pequeño. Seguro que en el hospital te contaron cientos de cosas las enfermeras.
-Sí, las enfermeras—mentí.
-La última vez que las vi juntas…--hizo una pausa—A Isabella y Scarlet, ambas usaban un vestido azul.
  Miré una última vez el sepulcro de mi hermana y me levanté.
Frank susurró algo a mi lápida e hizo lo mismo. Entonces fue ahí donde recordé a la “pequeña Scarlet”, quien, desde que la conocí, usó siempre un vestido azul… ¿No era…? No, la pequeña Scarlet me dijo que se llamaba como yo ¿verdad?


-Bien. Vámonos—le dije tendiéndole la mano e intentando no pensar más en aquél fantasma pequeño, él me sonrió y andamos camino a mi hogar.

*

En el camino él se mostró más alegre, como si la luz del sol le trajera la alegría que necesita.
-Helena, desde que llegaste del hospital eres diferente. Me tienes mucha confianza y tu personalidad es diferente—rio—No sé si esto te ofenda, pero agradezco que te hayas golpeado la cabeza, porque de no haber sido por eso, quizá no te hubieran lavado el cerebro en el hospital—Echó una gran carcajada arqueando las cejas.
-Supongo que sí—contesté guardando eso en mi cabeza como un cumplido y también eché a reír—Mira, ya casi llegamos—le dije a Frank.
-Muy bien.


  Doblamos una esquina, dos casas antes de la mía, la de Scarlet. ¿Sería apropiado regresar y contarle todo a mi abuela?


 Ya casi llegábamos al porche, pero un hombre con aspecto sucio nos detuvo
-¿Qué quieren aquí?—dijo él con voz rasposa, sus ojos azules me miraban a mí fijamente.
-Vinimos a visitar a la señora que vive aquí—le dije amable. —Con permiso.
-¿A visitar a quién?—Miró a Frank—Supongo que la señora no podrá ver a su nieto, lo siento.
-Usted no es nadie para impedirlo. Con su permiso—le dije esquivándolo, pero antes de que yo pudiera cruzar el pequeño jardín delantero lleno de matas alargadas, él me tomó del brazo.
  La misma historia de siempre. Suspiré.
-Es que no es cosa mía, señorita—dijo él. Yo lo miré con recelo.
-¿Qué quiere decir?
-La señora de la casa falleció—contestó triste—Dicen que falleció hace ya casi un año… Justo un mes después de que su nieta hubiera dejado este mundo.
-¿Qué?—No podía creerlo. La abuela había muerto… Pero… Yo no la vi en ninguno de los cielos por donde pasé.

  Frank me miró serio y el señor soltó mi brazo.
-¿Estás segura de que esta es casa tuya?—Frank susurró en mi oído acomodándose un gorro de lana en la cabeza.
-Sí. Ahorita te cuento lo demás—prometí.
-Pero creo que era justo. La señora ya no tenía a nadie y nadie más la necesitaba… Pobrecilla—continuó el anciano de olor extraño.
-De todos modos voy a pasar… Para al menos despedirme de… --pensé un poco—De mi madre.
-Dios la bendiga, señorita. Y a su hijo también—Me dijo mientras yo le tomaba la mano a Frank y lo dirigía adentro de la casa de mi abuela.
-Igualmente, señor. Muchas gracias—contesté abriendo la cerca de madera.



 Caminamos esquivando el pasto más largo y llegamos a la puerta.
 -¿Eres alguna clase de ladrona?—me dijo Frank. Supongo que él sabía de quién era esta casa.
-No—dije tajante—Ahora detenme la bolsa que voy a abrir.
-¿Cómo?—dijo él sosteniéndola como le pedí.
-Yo sé cosas, Frank.

 Me agaché y busqué una maceta. Dos pasos a la izquierda de la puerta y ahí, entre la tierra de esta se encontraba la llave. La tomé y abrí la puerta.
 Frank me miró boquiabierto, yo tomé de nuevo mi bolsa donde solo tenía dos mudas de Helena y entré. Él me siguió cauteloso, cargando su propia mochila.
-De acuerdo, eres una acosadora—concluyó, pero yo no le hice caso y me adentré a la casa.

 La casa estaba igual que siempre. Justo como la recordaba:
A la entrada, se encontraba una mesita muy delgada donde yo antes dejaba las llaves. Al lado había un perchero, ahí todavía estaba la única boina que la abuela me había tejido. La tomé y vinieron recuerdos a mí de cuando yo era todavía una adolescente solitaria pero viva, usando esa boina.

 Caminé un poco más, hasta que vi la sala con esos sillones viejos llenos de flores bordadas. Justo enfrente del sofá había un librero, en medio donde se suponía debía haber una televisión, se encontraba una grabadora. A la abuela no le gustaba ver televisión, prefería escuchar música. En los otros huecos del librero había libros de ciencia, muchos eran del abuelo antes de fallecer, otros eran cuentos que la misma abuela había escrito para mi hermana y para mí.

 Los acaricié con delicadeza, recordando aquellas noches en las que mamá y papá iban a trabajar horas extra y nos cuidaba la abuela.

 Encontré un retrato, tenía el mismo marco que la foto de Gerard con Helena que yo misma había roto ayer en la mañana.

 Era de nosotros cuatro: mamá, papá, mi hermana gemela y yo.

Varias lágrimas comenzaron a caer y rodar por mi rostro. ¿Qué era todo esto? Parecía una pesadilla. Sentir que tengo todo y darme cuenta que mi vida está vacía.

 Perder al abuelo de manera natural, perder a mamá y papá en un accidente, perder a mi hermana por un virus llamado leucemia… Perder mi propia vida y lograr que la abuela perdiera la suya. ¿Soy alguna clase de chica con mala suerte ante la vida?

  Extraño tanto a mi hermana.

-Scarlet—dije al verme a mí misma de nuevo en la fotografía con vida. Yo soy Scarlet. O no sé… Ya no sé qué soy, porque Scarlet falleció hace un año.

¡Hace un año!

 En aquella me veía bien, aún mi pesadilla no empezaba. Mis ojos no mostraban las ojeras que tuve desde el primer accidente, mi sonrisa era verdadera y el cabello lo usaba largo hasta la cintura, tan negro como siempre. Igual al de mi hermana. Recuerdo también cuando le detectaron aquél cáncer en la sangre e iba a sus quimios, me corté que el cabello para que ella no se sintiera mal al perder el suyo. Desde ahí mi cabello siempre fue corto hasta los hombros, sin estilo. Jamás me gustó llamar la atención.

 Subí las escaleras hasta mi propia habitación, donde Frank ya estaba.
-Scarlet—dijimos al unísono. Era tan extraño repetir mi propio nombre y no saber qué soy.

-Eres tú—me dijo con lágrimas en los ojos—Scarlet, tú eres Scarlet.

22 feb 2012

My Murder: Capítulo 24

"El tipo de suciedad donde el agua nunca limpia bien las ropas..."
(MCR "the kind of dirty where the water never cleans off the clothes...")

  Amanecí cerca de un basurero en un callejón cuyo nombre desconozco, sentada en el suelo con la cabeza de Frank sobre mi hombro. Creo que estaba roncando. Me dolían los brazos y estaba sudando.
  El sol comenzaba a salir, haciendo que el cielo tomara un color rojizo y amarillento. Me tomó muy pocos segundos darme cuenta de que enserio me encontraba cerca de un enorme bote de basura, afuera en la calle. A unos metros de mí, comenzó a sonar un celular.

 El sonido calaba mis oídos haciendo que quise tapármelos inmediatamente, tenía jaqueca.  Pero no lo hice, ya que Frank se encontraba durmiendo plácidamente sobre mi hombro derecho.
 Entonces me levanté dejando con mucho cuidado su cabeza sobre el suelo. Me quité la chamarra que tenía puesta desde… ¿Ayer? Y le hice una clase de almohada.
  Escuché atentamente para encontrar aquél celular. No caminé mucho, hasta que me topé con un costal de papas… ¿Dentro de ese costal enserio se encontraba un celular?
  No me importó mucho la idea, lo único que quería era callar el teléfono. No había sido una buena noche.
  Así que lo abrí. Olía asqueroso, estaba húmedo. El celular seguía sonando haciendo que me matara el dolor de cabeza. Pero era seguro que el sonido venía de este costal.

  Miré bien dentro, encontré un zapato, recorrí lo que había allí dentro y me encontré con un pantalón de mezclilla; busqué las bolsas y por suerte encontré el teléfono. Lo apagué y mi dolor se fue, suspiré hondo.

 Pero entonces vi mis manos…

  Estaban manchadas de un rojo oscuro y húmedo.  Olía a algo oxidado: era sangre. Entonces metí más las manos sin ver el interior del costal de papas… Sentí un cuerpo, su torso, luego sus hombros. Metí más los brazos; el cuello, ¡Su rostro!... Su cabello.


-Sigue muerto ¿Verdad? –susurró Frank detrás de mí, haciendo que brincara del susto.

-¿Entonces sí lo asesinamos? ¡Maldita sea! Creí que había sido una pesadilla.

  Yo, Scarlet, había asesinado a mi primer asesino, con el disfraz de su media hermana. ¡Pero qué cruel!

¿Y saben qué es lo peor? … Que no me siento culpable, no me duele haberlo asesinado, no me duelen los recuerdos de la noche anterior, no me hacen sentir mal. De hecho me siento más alegre, como si me hubieran quitado un peso de encima.

-Helena, creo que no debimos dormir aquí—me dijo Frank con preocupación.
-¿Por qué dormimos aquí? –Pregunté intentando recordar lo que había pasado en este callejón.
-Realmente no lo sé. Estábamos cansados de correr con ese… bulto—Frank se veía nervioso.
-No te sientas mal, Frankito—le dije intentando calmarlo—Fui yo quien lo hizo… Nadie va a hacerte daño. Te lo prometo

-Helena—volvió a decir—Es la persona número tres que veo morir…
  Parecía un pequeño de cinco años pidiendo amor. Su rostro estaba mojado por el sudor y un poco sucio.
  Lo abracé con cariño y él también estrechó mi torso recargando su cabeza sobre mi hombro derecho.

-Vámonos de aquí y dejemos a Gerard solo.
-¿No piensas enterrarlo dignamente?—dijo él contradiciendo mis deseos de huir respirando aún sobre mi cuello.
-Muy bien. Lo enterraremos en ese parque donde ibas a jugar con Scarlet—le dije mencionando mi fantasma para ver cómo reaccionaba. Pero en vez de sorprenderse me sonrió como si no hubiera mencionado mi propio nombre, y me tomó de la mano.

 Juntos levantamos el saco de papas y caminamos saliendo del callejón.

*

 Al llegar al parque, ese que está cerca del mini súper donde Gerard trabajaba,  justo donde se encontraba el lago donde habían echado mi cuerpo.
-¿Qué hora es?—Yo cargaba mayor parte el cuerpo de Gerard, de nuevo mis manos comenzaban a humedecerse de aquella sangre pesada que solo él y Mario podían poseer.
-Como la cinco de la mañana, supongo—Frank iba adelante, casi no escuchaba su voz— ¿Por qué?
-Es bueno saber que no hay mucha gente a esta hora en el parque—dije con un tono liviano, como dije realmente no me dolía haberlo asesinado—Mira, en ese árbol a tu izquierda, ahí parece ser un buen lugar para que su cuerpo descanse.

  Frank miró hacia donde le señalé y comenzó a andar camino al árbol frondoso.

  Los primeros rayos de la mañana comenzaron a asomarse entre las copas de las decenas de árboles del parque del condado. Hacían que el cabello oscuro y corto de Frank brillara mucho, también dibujaban su silueta de niño adolescente mientras caminaba.

 El cielo abría paso a un sol enorme y anaranjado.

 Al llegar, dejamos el costal en el suelo haciendo que la tierra comenzara a inundarse de más sangre. Realmente no sé por qué salía tanta, la noche anterior su cuerpo no chorreaba así. Entonces, comenzamos a cavar un hoyo más o menos grande con nuestras propias manos. Era la primera vez que hacía algo como esto. Me dolían las uñas, los dedos de tanto cavar. Pero al final lo logramos.

-Descansa en paz, Gerard Way—murmuró Frank parado a mi lado mientras yo, agachada, bajaba aquél bulto sin vida a las penumbras de la tierra en el parque.Miré a mi izquierda, a lo lejos lograba ver el supermercado donde quizá se encontraba Mario haciendo quién sabe qué.

Al terminar de llenar el hueco de tierra, me levanté asintiendo.
-Sí. Descansa en paz. –suspiré recordando mi propio funeral—Espero llegues con los ángeles más pronto que yo—murmuré para que Frank no me escuchara.
 Él  se persignó y luego me abrazó con fuerza aferrándose a mis hombros como si fuera a caerse de alguna clase de precipicio.
-Vamos—Le dije avanzando mientras intentaba analizar todo lo que había pasado desde la noche anterior hasta ahora.

 Frank me siguió y tomó mi mano. Comenzó a llorar en silencio. Sólo escuchaba su nariz húmeda haciendo ruido.

  Caminamos hasta un lugar lleno de bancas en el parque y ahí nos sentamos. Frank recargó su cabeza sobre mi hombro.

-¿Crees que hayamos hecho bien en dejarlo aquí?—preguntó él. Aún con lágrimas en los ojos.
-No lo sé—contesté quieta mirando el cielo que abría paso a un gran sol amaneciendo. El cielo era cada vez menos rojo tornándose azul.
-Tengo miedo
  Lo miré de soslayo, él me estaba mirando a mí esperando alguna respuesta reconfortante. Entonces lo abracé de nuevo dejando su cabeza sobre mi hombro.
-No, Frank—dije con voz dulce—No temas, es culpa mía. Fui yo—suspiré bajando la mirada—Yo lo maté.
 Se quedó callado y muy quieto por un segundo.
-¿No te duele?
 Lo miré extrañada.
-¿Qué?
-Haber perdido a tu hermano después de otra pelea cotidiana—Su voz sonaba extraña sobre mi pecho. Le miré la cabeza.
-No—respondí fría.
 Frank volvió a petrificarse y luego se incorporó bien para verme con cara perpleja.
-¿Por qué?—se veía alterado.
 Era el momento. El momento correcto de decirle la verdad, sobre mí, sobre Scarlet y lo que pasó con el alma de Helena.
 Pero no sabía cómo decírselo ¿Me creería? Supongo que era el momento de ponerlo a prueba.

Suspiré dándome fuerzas y algo de valentía para lograr confesar los raros acontecimientos desde la última vez que me había presentado ante Frank como un simple fantasma.

-Scarlet—Solté de repente. Fue lo primero que me vino a la cabeza y lo primero que salió de mi boca.
 Frank me miró con los ojos abiertos como platos, comenzó a temblarle el mentón y sus ojos avellana volvieron a mojarse, pero sin soltar alguna lágrima.

- ¿Qué… Qué dijiste?
-¿Alguna vez viste lo azul que es el cielo?—le comenté evadiendo la pregunta. Qué rápido lograba acobardarme.
 Al parecer Frank también se sentía incómodo al hablar de mí, pues miró el cielo.
-Una vieja amiga me dijo que cuando llovía, era porque mi madre lloraba—Sonrió y sus ojos brillaron—Ahora no sé dónde está ella.
 Siguió con la mirada clavada en el cielo como si buscara algo entre las nubes. Segundos después su rostro se tornó triste de nuevo.
-¿Quién?—le interrumpí--¿Quién “ella”, tu madre o… tu amiga?
-Oh—entonces volvió a mirarme a los ojos. Él siempre me habló a los ojos—Pues, no sé dónde está mi amiga.
-¿Quieres ir a buscarla?—pregunté haciendo como que no conocía el tema.
-No—me sonrió comprensible—Ella falleció.
-Scarlet—volví a soltar de repente.
-Sí, ella. La mencionaste hace un rato.
-¿Era el fantasma del que siempre hablaste? ¿El mismo fantasma que hizo que Gerard te llevara a terapia?
-Sí…--su cara volvió a mostrarme intriga-¿Cómo sabes eso?
-Si supieras—le dije misteriosa
-Tu sí me crees ¿Verdad?
-Claro que te creo—le dije tomándole las manos. –Vamos
-¿A dónde?
-A mi casa—le dije confiada.
-¿Regresaremos por nuestras cosas?
-No.—dije soltando una risita—A esa casa no. A mí hogar original.
-¿Hasta New Jersey?
-no—repetí—A un lugar que visitabas cuando eras pequeño.
 La iba a llevar a mí casa, a casa de Scarlet. Desde que había fallecido nunca había entrado a mi propia habitación y tuve ganas de compartir los recuerdos con mi Frank.

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