3 jun 2011

My Murder Capitulo Dos

"Did You Come To Stare, Or Wash Away The Blood?"
(My Chemical Romance- Desert Song)

Aquella atractiva muchacha le quitó la gorra roja a mi joven asesino, despeinándole el cabello corto y negro. Él miró a la muchacha, intentando guardar la compostura. Vi que tragó saliva.
-Se ve muy pesada, corazón—dijo mientras acariciaba la mejilla del chico. – ¿No quieres que te ayude?
Éste se puso nervioso, lo noté porque su mentón comenzó a temblar y sus manos sudaban. Se secó la mano derecha en la parte baja de la espalda.
-N-no no hay… N-nada…-sonrió, ocultando lo incómodo que se sentía al ser acariciado. —Tengo que irme. – le quitó la mano de su mejilla y se la besó, intentando parecer un desvergonzado. Después, le arrebató la gorra y se la volvió a poner, para después echar a correr al fondo de la tienda.
Yo lo seguía de cerca. Corría a su lado, quería saber lo que haría conmigo.
  A medio camino noté que una gran mancha roja comenzaba a crecer en la parte baja de la maleta. Mi asesino se dio cuenta segundos después y apresuró el paso hacia el fondo del lugar. Sus botas negras cruzaron pasillos oscuros y sucios, algunos con chicas igual de sensuales que la carnicera de un rato antes. Otros, con latas viejas y abolladas. Los pisos amarillos no estaban bien barridos. En el lugar de los refrigeradores, había manchas de jugos rojos en el suelo que nadie había limpiado. Había pocos clientes ahí, todos con caras miserables e inexpresivas, ignoraban a mi asesino.  Se notaba que la vida nunca les había sonreído. Igual que a mí.
  Así fui siguiéndole con destreza, hasta que llegó al final y se encontró con una puerta de madera hinchada color verde pistache.
   De repente, las primeras gotas de sangre –mí sangre—comenzaron a descender hasta golpear al suelo. Por suerte, estábamos casi entre penumbras.

  Una voz femenina comenzó a reírse dulcemente. Otra muchacha, más atractiva que la otra, se percató del asesino de ojos claros. Ella llevaba puesto un corsé negro, usaba una falda muy pequeña color rojo, los labios carmesí y las pestañas llenas de mascarilla negra. Su rostro se veía algo cansado, su sonrisa mostraba su falta de higiene. Sonreía de manera cínica. Aún así se veía hermosa. La luz de sus ojos relucía como dos estrellas acabadas de nacer. Lo más bizarro en ella era su cabello; estaba pintado de un color rosa fosforescente. Aun así era la muchacha más atractiva que yo haya visto jamás.
  Mi joven asesino le dedicó una mirada segura y le sonrió. Al parecer la conocía.

-Ya se  te está cayendo el teatro, pequeño- le avisó mientras caminaba hacia nosotros. Dio una carcajada- ¿Qué llevas ahí, corazón?
La misma pregunta de nuevo.
-Un pedido… Tú sabes de esto, no te hagas como que no, Emilie- le contestó de mala gana mientras la observaba.
Ella volvió a soltar otra carcajada  dulce. Él, movió la maleta entre sus manos detrás de él, como protegiéndola.
-Claro que lo sé, pequeño. Simplemente quería iniciar una conversación. – Comenzó de nuevo a hablar con una sonrisa, pero luego algo pasó por su mente y su hermoso rostro se tornó lúgubre- Sabes que tu jefecito me debe plata—. Su voz comenzaba a ser dura— ¡Díselo! ¡Lo necesito ahora!—Me recordó a las mujeres mitad lobo de las que había leído alguna vez a los once. Solían ser mujeres hermosas que se tornaban el monstruo más horrido cuando de hambre se trataba.
-Está bien, está bien. No te preocupes, yo le digo, querida. –Mi asesino miró al suelo donde las gotas de sangre caían libres, como si lloviera. – ¿Puedes limpiar eso, Emilie?—Le dedicó una mirada tierna, como queriéndola convencer.
-Con gusto, pequeño. Sabes que por ti haría lo que fuera. –Le sonrió. Su temperamento cambiaba tanto como su rostro. Al igual que la otra, le quitó la gorra y le despeinó el cabello. –Pero tú por mí no harías nada ¿verdad? –Preguntó con un puchero provocativo.
-¿De qué hablas? Si yo siempre he venido a visitarlas.  Especialmente a ti. —Se escuchaba tan engreído que dudé que fuera el mismo muchacho que se había puesto a llorar frente a un espejo una hora antes.
Ella le tomó el mentón y acercó ambos rostros.
-Lo sé, pero jamás te has paseado por mi habitación. —Le dijo ella, pasando sus delgados y largos dedos por la quijada de mi asesino. Él abrió los ojos al sentir su tacto.—Ni siquiera vivo lejos de aquí, y lo sabes.
“¡Puaj! ¿Podrían dejar de coquetear frente a mí? Son repugnantes.” Les dije.
-Esas son otras cosas, Ems. –Vaya apodito que le puso. Le tomó la mano con firmeza, haciendo que las piernas de Emilie flaquearan. —Necesito terminar con esto y luego hablamos ¿sí?
-De acuerdo, cariño. —Emilie chilló satisfecha, como si la insinuación de mi asesino enserio le hiciera gracia.
 Ella tomó un trapeador y comenzó a limpiar el azulejo mientras movía su trasero de manera provocativa. Sin embargo, mi asesino de ojos claros la ignoró y siguió en su camino.
   Se detuvo frente a la puerta del fondo. Sobre nosotros se encontraba una lámpara de luz blanca que comenzaba a fundirse. La confianza que él mostraba se había esfumado y bajó la maleta al suelo. Tocó la puerta con tres golpes.
  En ese lugar había ventanas gigantes y se oía como el agua de lluvia golpeaba el techo de la tienda.
-¿Quién es?- preguntó una voz desde dentro  del cuartito. Esta voz me espantó y provocó que diera un traspié y me resbalara con otro charco de sangre que mi cuerpo había hecho.

“¡Mira lo que hiciste! ¡Me caí en mi propia sangre!” Comencé a gritarle. “¡Ya me manché toda!”
Miré mi ropa y vi que esto último no era cierto. Increíblemente no me había manchado de sangre.  Suspiré molesta y me levanté… de nada servía que yo hiciera tanto escándalo. De todos modos, yo ya estaba muerta.
-Soy… soy yo. Frank…- respondió tímido.
¿Frank? Yo ya había escuchado ese nombre. Y su voz, su voz verdadera, con la que hablaba cuando estaba tranquilo, también la reconocía. ¿Pero de dónde?
Alguien abrió la puerta y los pestillos chirriaron terriblemente.  Ahí dentro, una luz cegadora comenzaba a crecer, me tragaba. Me tragaba de nuevo. Veía cómo al mismo tiempo Frank entraba despreocupado cargándome en esa maleta. Algo me llevó a una clase de dimensión diferente.
***
En un santiamén me encontré de nuevo sola entre la obscuridad, en medio de un lugar humedecido y frío.  Yo me encontraba en una clase de jaula del infierno, de piedra mojada y reja de metal. Justo en frente de mí, se encontraba una bocina. Escuché lo que pasaba.
“Cálmate, chico. Sabes que trabajas para mí… Mira, te doy tres días para que la desaparezcas ¿Entendido? Porque sabes que no podemos quedarnos con ella”
   “No puedo, jefe. No puedo… Tú sabes cómo me siento. Soy un simple…”
“Un simple chiquillo que no sabe seguir indicaciones”

Dos voces comenzaban a discutir. Las misma voces, una era la voz de Frank, la otra era aquella voz grave que me había sometido antes de morir. De pronto un golpe seco sonó. Creo que era una cachetada. Silencio absoluto.

Un pequeño sollozo…

“Mira, Frankie. Si no haces lo que te pido no regresarás vivo a tu hogar ¿Entendido?”
“Sí, lo entiendo. Discúlpame”
su voz era suplicante.
Al parecer todos le temían. Yo también le tuve miedo a esa voz, pero no recuerdo su rostro y ahora que me encontraba en esta celda extraña, de la cual no lograba salir, tampoco tendría la oportunidad de conocerle.
“Debo decirte algo, pequeño. Esta muchachita me trajo problemas desde que ella y su gemela nacieron, me impidieron hacer muchas cosas. Ahora soy yo quién les impidió terminar bien. Yo terminé con su vida… Y si no haces lo que te pido terminarás como Scarlet y su familia. Incluso, tal vez seas metido en la misma maleta que hoy me traes.”
“Entiendo, jefe. Discúlpeme de nuevo, es solo que esto es algo difícil para mí…”
“Bien. Ahora ábrela y muéstrala”
“¿Aquí, jefe? ¿Cómo…?”

“¡SOLO HAS LO QUE DE PIDO!”
Otros segundos interminables de silencio.
Entonces un chasquido sonó y luego dos clavos chirriaron. La risa de satisfacción del mayor se escuchó.
“Sólo mírala. ¿No te encanta ver su rostro entristecido?”   Soltó otra carcajada
  “¡Ríete, chico! Mira, tu trabajo está bien hecho.”
  “Pero sabes que yo no…”
“¡Cállate! Solo mírala. Desvalida, vulnerable. Puedes besarla y ella no se defenderá”
  “No lo harías ¿O sí?”
-¡No! No me toques, maldito ¡Déjame en paz!- Aunque sabía que no me escuchaban, grité, sólo quería defenderme o al menos intentarlo.

“Claro que no… ¿O quieres que lo haga?” Insinuó el jefe.
    “¡No! Solo… déjala en paz.”
“Bien, hazlo tú. Al parecer tú la quieres. ¿O miento? ¿Acaso la quieres?
¿Estás enamorado de tu primer crimen?”
No logré escuchar lo demás… Sus voces se convirtieron en murmullos inaudibles. Entonces, de nuevo la luz me tragaba y regresé al lado de Frank.
***
 La oficina del jefe de mi joven asesino despedía un hedor asfixiante. Fumaba cigarro, pero era uno tan corriente que hasta él mismo llegaba a toser.
Frank estaba a punto de cerrar la maleta cuando su jefe se levantó del escritorio y le dio una bofetada.
-¿Qué vas a hacer, entonces?—Le preguntó su jefe a Frank.
-Lo-lo-l-lo que me pediste— Balbuceó mi asesino—.  La dejaré en mi auto… ¿Qué piensas hacerle tú?
-¡HABLAME DE “USTED”! ¿Qué no entiendes?
-S-s-sí, se-señor…
-Bien. Ahora, tenemos que revisarla.
-¿Revisarla, aunque esté sangrando?
-Sí, ¿acaso tienes miedo?
Frank guardó silencio bajando la cabeza. Su jefe tomó la palabra.
-¿Cómo la mataste?—Le preguntó en el oído. Mi joven asesino cerró los ojos con vergüenza. Después de unos segundos, dio un respiro y siguió el hilo de la conversación.
  No quise saber cómo había muerto, no soportaría la verdad, así que me salí de la oficina y decidí esperar ahí afuera. Afuera de la oficina me sentí más a salvo, olvidando que el supermercado también era un lugar aterrador, pero lograba escuchar la lluvia caer en el techo y eso de alguna manera me hacía sentir bien.
  Pasó un minuto aproximadamente y decidí pegar la oreja a la puerta. A pesar de poder traspasar cualquier pared, no quise volver adentro donde era discutida mi muerte con un hombre gordo.
 No recuerdo todo lo que escuché, pero justo cuando me puse a escuchar la conversación, el jefe confesó que él había sido el asesino de mis padres. Eso me habría helado la piel, de haber estado viva. Lo único que hice fue dar un grito enorme que hizo a los humanos cercanos helarse por mí. Seguí escuchando, aún sin poder creer cuán conectada estaba mi vida a aquellos dos hombres tan mundanos.

-Raymond no pudo con el cargo. Tenía tu edad en ese entonces.
-¿Qué le pasó, señor?—Preguntó Frank, como quien no quiere la cosa.
-Después  de provocarles un accidente automovilístico, éste se suicidó. –Tosió con fuerza.—El inútil sentía algo por la gemela que estaba en el hospital y se sintió tan culpable que al final terminó con su propia vida—Soltó un suspiró.—Los sentimientos son una porquería. Pero yo, soy tan insensible que puedo pensar mejor que cualquiera.
-S-sí. U-usted es todo un maestro.—Afirmó Frank.
-Sus padres murieron solos, como cucarachas aplastadas.
-Y su hermana gemela falleció tres meses después de leucemia—Completó Iero mientras interrumpía mis sollozos sobre aquella llanta del carro.
¿Cómo diablos sabía sobre mi hermana?

-Entonces, sabes bastante de ella. Claro, era obvio—comenzó a dar vueltas sobre Frank, que estaba parado tan erguido como un palillo de dientes--¿Qué más sabes, pequeño Frank?
-Nada—. Contestó Frank, bajando la mirada.
-¡Habla, niño!
-La conozco por… porque ella estaba mi clase de canto. —Confesó Frank con la voz tan baja que tuve que meter la cabeza en la puerta. Intenté entonces recordar mis clases de canto, pero su rostro no estaba en mi cabeza, nunca lo había visto antes de hoy.
Frank cerró la maleta. De pronto el adulto lo miró a los ojos, el otro alzó la vista para mantener la mirada fija.
-Bueno. —Realmente no importa.— Eso es todo. ¿Tienes alguna pregunta?—Le hablaba como si de una entrevista de trabajo se tratara.
-¿Señor?—preguntó Frank, cargando de nuevo la maleta con ambas manos.
-Dime—respondió serio.
-¿Quién era el otro sujeto que le ayudó a... bueno, usted sabe…?
-¿Golpearla? –Frank asintió.—Es otro empleado que tengo. Es más sensato que tú. Apuesto a que él sí la hubiera torturado bien antes de asesinarla. Apuesto a que de no ser por él, tú la hubieras ayudado ¿O me equivoco?
  Frank tragó saliva. Su cabeza volvió a idear algo y respondió después de un largo minuto.
-Pues, verá, señor. Creo que… usted es un ser realmente inteligente, y por consiguiente muy precavido. Tal vez sí la habría ayudado—Se escuchaba seguro. Su jefe pensaba interrumpir de nuevo, pero no lo hizo—Pero, como yo trabajo para usted y,  de alguna manera, también para mí, entonces no creo haberla salvado.
-Gratificante—mencionó el jefe. —Quiero decir. Es muy gratificante saber que también serás un egoísta. Egoísta como todo hombre triunfador. El hombre obeso abrazó de manera sorpresiva al joven asesino y sacándole el aire.
-Me siento orgulloso de serlo, señor—le sonrió tímidamente.
“Orgulloso de ser egoísta, eso” susurró para sus adentros el joven Frank.
 ¿Ese era un pensamiento? ¡Había logrado escuchar su pensamiento! Por un momento me sentí poderosa. Quizá ser un fantasma no era del todo malo.

  Pero algo más ocupó mi cabeza. ¿Frank en serio sería tan cruel como para dejarme morir? No lo haría, definitivamente Frank no me dejaría morir, no le creo. Sólo miente para no ser asesinado al igual que yo.
-Frank. Dime una cosa—Su jefe le tocó el hombro. — ¿Tú la matarías, enserio? Porque no creo que asesines a alguien a quien ames…--dejó las palabras en el aire.
-Señor. La asesiné.
-¿Y?
-Señor. Usted dice que no cree que yo pudiera matar a alguien que yo amo ¿cierto?—Frank lo miró de manera retorica y el adulto obeso asintió esperando la respuesta de su aprendiz—Entonces. Esto significa que no siento nada en absoluto por Scarlet.
Volvió a dar un paso para salir, pero se detuvo y preguntó.
-¿Dónde la llevo entonces?
-A donde quieras, tírala en el basurero de la ciudad, en la casa de los vecinos, no sé… en el bosque de aquí…
-Pero, ¿no sería mejor darle un descanso digno y enterrarla?
-¿No te parece que estás siendo un tanto comprensivo con la muchacha?
-Scarlet—musitó el joven—Ese es su nombre.
-Como sea. No sé, llévala a donde quieras.—Su jefe lo detuvo unos segundos más.—Por cierto, el otro chico te seguirá, así que no intentes nada ¿de acuerdo?
-De acuerdo.
  Frank salió velozmente y se dirigió al estacionamiento, sin olvidar claro de despedirse de Emilie y sus amigas de faldas cortas.

Frank abrió la cajuela y metió la maleta. Luego la abrió.
-¡Maldición! Esta cosa está manchada. –Sacudió su mano, deshaciéndose de mi sangre. Sentí que se deshacía de mí. —Soy un maldito. —Le dijo al cielo. Volvió a mirarme con tristeza. —Enserio lo siento, Scar. —Sonaba sincero.

2 jun 2011

My Murder: Capitulo Uno

" ¿Puedes Creer lo Que Te Han Hecho? ¿No Se Detuvieron Cuando Les Pediste Que Te Dejaran En Paz?"
(Emilie Autumn)
  En aquella bodega, no había más que cosas viejas.  Un par de sillones rústicos enormes, estaba arrumbado al fondo. Cajas con recuerdos de quién-sabe-quién  se amontonaban por todos lados. El único espacio libre eran escasos metros alrededor del colchón donde yo yacía muerta y la mesita donde el muchacho veía televisión.
  Regresé a la cama. Era tan ligera, que ni siquiera el colchón se hundió cuando me senté. Miré mi cuerpo quieto. Contemplé mi cadáver con nostalgia y acaricié mi rostro, como intentando consolarme de un mal día.

  Mis ojos ya estaban cerrados, la nariz no emitía un simple sonido que me diera la esperanza de tener vida, la boca comenzaba a oscurecerse, sólo las comisuras externas permanecían claras, y mis labios estaban abiertos como si estuviera preparándome para hablar. El pecho no se movía ni poquito. Mis brazos y piernas tenían moretones tan obscuros como mi cabello. Al verlos, logré tener un recuerdo pequeño de cómo me habían golpeado al poner resistencia cuando me atraparon. La posición en la que estaban mis manos, hacía evidente que me habían lastimado; ambas a mis costados, cerca de mis caderas, aferrándose ya muy poco a los extremos laterales del colchón en el que descansaba, como si hubiera querido aguantar el dolor que me habían hecho sentir, apretando los puños.  El vestido blanco que me habían obligado a portar me cubría los muslos y las espinillas de las piernas, sólo pude ver mis tobillos que, junto con mis muñecas, mostraban marcas de cuerdas; líneas finas color morado alrededor de aquellas articulaciones tan débiles. Sin olvidar que la sangre que había derramado se encontraba esparcida por el colchón y mí figura. El color ya comenzaba a oscurecer hasta verse casi marrón. Un marrón que cubría la claridad mi ser, la claridad de mi piel tan pálida como la taza en la que el joven asesino tomaba café mientras veía la tele.
  Tomé mi propia mano. Realmente no sé si estaba fría, pero estaba petrificada, ya nada podría moverme, nada podría resucitarme nunca. Lamenté haber corrido por aquél bosque la tarde de ayer. Lamenté haber sido tan estúpida y entonces, me puse a llorar.
-Sólo mírate, pequeña—Mi voz se fue un instante. —No te mereces esto. —Le dije a mi mortífero cuerpo, tragando saliva con dificultad. —No te mereces ni una pizca de esto. Lo… Lo siento mucho…m… mucho… —Sollocé un poco mientras acariciaba mi propio cabello, como solía hacer la abuela cuando me sentía triste. Pensé que al consolar a mi cuerpo, mi alma se sentiría mejor, pero no fue así. En vez de eso, sentí enojo e impotencia. Ya no podía hacer nada. Era invisible.
  De repente, sentí una clase de calor intenso que me quemó un poco la mano. Di un ahogué un grito y mi mano fantasmal reaccionó, soltando la mano de mi cadáver.
 El chico que se encontraba viendo televisión, ya estaba hincado junto a mí, tomando la misma mano que yo estaba sosteniendo antes. Sólo lo miré con asombro. ¿Cómo es que pude haber sentido su calor si yo ya no existía en su realidad?
Acarició mi rostro y sonrió. “¿Me muero y sonríes? Qué cínico,” le dije exasperada, pero él no podía escucharme.
  Ignorando mi extraña presencia, él hizo una mueca y tomó mi cuello. Pensé que iba a ahorcarme también.
"¿De qué demonios te sirve seguir lastimándome si ya he muerto?” le dije con amargura al oído, actuando en defensa propia.

  Sin embargo, en vez de apretarme el cuello, el chico bajó un poco la mano hasta encontrarse con mi collar, el cual tomó y, unos segundos después, arrancó. Era una cadena de plata brillante y el dije era hermoso; una clave de sol que dejó de brillar cuando mi corazón se detuvo. El dije tenía mis iníciales. Había sido un regalo de mamá. El collar era el único recuerdo que tenía de mi familia. Ahora éste era robado de mí así como mi vida lo fue.
  A pesar de ser pequeño, el muchacho sostuvo mi collar como si tuviera gran peso con ambas manos y lo contempló con detenimiento. Memorias viejas regresaron a mi mente de fantasma. Porque eso era yo; un vil fantasma.
  Mamá me había llevado al hospital a visitar a mi hermana en nuestro cumpleaños. Fue el último cumpleaños que había celebrado con mi gemela. Isabella se veía mal ese día. Sólo teníamos cinco años, pero yo no tenía miedo. Lo único que quería era verla. Recuerdo haber pasado el día entero con ella, jugando en la silla de ruedas que le prestaron porque su lado izquierdo estaba totalmente paralizado. Fue la última vez que la vi así, fue la última vez que la vi. En nuestro cumpleaños número cinco lo pasamos bien. Al final del día, mamá nos había dado un beso en la frente a ambas y nos había regalado a cada una un collar con nuestras iníciales. Mi hermana había sonreído de oreja a oreja y nos había dado un abrazo fuerte a ambas… Después de eso, todo es borroso. Detrás de mis párpados, la imagen se desvanece con rapidez. Se va mi memoria.

“Recuerdo esto,” dijimos al unísono. Cuando su voz acompañó a la mía, regresé a la realidad. La voz del muchacho era diferente a la voz que me gritaba antes de morir. Entonces, asumí que él no había sido quién se había encargado de golpearme.

  ¿Él recordaba mi collar? ¿Entonces, quién era?

   Se acercó un poco a mi rostro golpeado y miró mi cuerpo atentamente; yo lo observaba a él de la misma manera. Quitó mi cabello de mi pecho y apoyó su oreja, cerrando los ojos.
-Por favor, late. Por favor, por favor, palpita. —Le suplicó a mi corazón como si en serio esperara a un milagro, pero ningún sonido que mostrara que yo seguía viva apareció. Creo que un par de lágrimas recorrieron su rostro, pero no puedo asegurarlo.

 De pronto, el joven se levantó de un salto y metió mi collar a su bolso, supongo que algo también pasó por su mente. La despreocupación que había mostrado hace un rato, se volvió un gesto de angustia en su rostro.

Quizá recordó que acababan de asesinarme justo ahí. Quizá recordó que un asesinato es algo imperdonable y quizá recordó que la policía estaría buscándolos, ya que se puso a limpiar todo. Parecía una sirvienta que hace mal el quehacer y que esconde el polvo debajo de la alfombra.
  Tiró la taza de café y un par de botellas de cerveza en una bolsa negra. Apagó la televisión y, en la penumbra, se acercó de nuevo a mi cuerpo.
 Me tomó entre sus brazos, como si yo no fuera un muerto, sino una niña acabada de dormir.
  “¿No te doy miedo?” Le pregunté, mirándolo de soslayo. Como esperaba, él no respondió. Estaba muy ocupado acomodándome en el suelo con cuidado. Después de eso, se miró en el espejo de cuerpo entero. Sus manos ya estaban manchadas de mí. Su rostro se crispó ante su propio reflejo. Yo me paré junto a él, sin lograr ver el mío.  
“¿Ves en lo que te has convertido?” Volví a hablarle. No sé por qué, pero sentía que de algo servía que lo hiciera. “Eres un asesino. ¡Ese es el reflejo de un asesino!”
  Se hincó entonces y  sollozó. No le veía bien, pero creo que alzó las manos al aire. Luego escuché su voz.
 -Soy un monstruo. —Fue lo único que musitó antes de recostarse desesperanzado en el pútrido suelo.
  Se quedó tirado ahí, a unos metros de mi cuerpo. Después, volvió a levantarse. Gruñó un poco y golpeó el espejo, haciéndolo quebrarse en mil pedazos. Al parecer no se lastimó, porque no hizo ningún sonido que anunciara dolor. Luego, buscó detrás del marco del espejo y encontró una enorme maleta. La abrió e hizo algo extraordinario; con gran destreza y cuidado al mismo tiempo, acomodó mi cuerpo de tal forma que no me deformara mucho ahí dentro y logró cerrarla.

-Lo siento- susurró a la maleta.
  Miré con desprecio al chico y luego miré de la misma manera a mi nuevo ataúd. ¡Bah! Una maleta de ataúd. ¿A quién se le hubiera ocurrido?

  De pronto, una serie de luces comenzaron a asomarse por la pequeña ventana del lugar. Rojo, azul, rojo, azul, rojo, azul, simultáneamente hasta que a veces se veían púrpuras.
   Algo de satisfacción pasó por mi pecho. "Sí, los atraparon,” pensé llena de euforia.  Tal vez mi historia no será tan trágica.
  Sin embargo, mis suposiciones eran sólo eso, pensamientos inciertos que jamás sucederían porque la vida no era un cuento de hadas.

  El muchacho miró la ventana y sus claros ojos fueron deslumbrados por las luces. Entrecerró los ojos y se apuró a tomar la maleta sin cuidado. Tomó una gorra de béisbol roja y se la puso.
  Vaya disfraz.

  No sé de dónde sacó fuerzas pero salió huyendo con mi ataúd en una sola mano, golpeó la mesita accidentalmente, haciendo que la televisión cayera al suelo provocando un estruendo de aceros que hasta a mi cadáver habría despertado.
 
  Salió disparado al estacionamiento trasero del lugar. Decidí seguirlo. La materia de la que estaba “hecha” ahora, me permitía flotar y dirigirme a cualquier lado de manera rápida. Mi joven asesino tomó las llaves de su bolsillo, abrió la puerta de atrás de un auto negro y aventó la maleta donde mi cuerpo descansaba. Me subí al asiento del copiloto sin pensarlo. Él entró y comenzó a conducir como lunático.

***
  Después de unas millas, las luces de las patrullas dejaron de perseguirnos. Comenzó a andar más despacio; yo seguía mirándolo con sorpresa. No podía creer que alguien pudiera ser tan vil como para asesinarme. Era tan joven para ser un quita-vidas.
  Lo observé con atención desde mi asiento.
  Su rostro estaba manchado de mí, de mi sangre, y manchado de algo de tierra. Su ropa estaba desgastada, usaba un suéter viejísimo y un par de pantalones de mezclilla. Apretaba las manos en el volante, de vez en cuando tamborileaba los dedos. Debajo de la gorra roja, pude ver sus ojos  titubeantes que miraban el camino. De aquí para allá iban sus pupilas. Susurraba una canción que no conozco, pero repetía,
“Could I? Should I?”


  Bajé un poco la mirada. Miré más allá de su nuca. Tenía un tatuaje en el cuello; un escorpión. Miré sus manos sobre el volante; letritas de tinta llenaban sus nudillos. Más tatuajes. Tenía una pequeña expansión en la oreja derecha. Parecía en serio un delincuente, pero a pesar de aquello, sus inexpertas acciones me hacían creer que no era más que un joven novato en todo esto.

   Después de algunas cuantas vueltas y un retorno, el muchacho frenó el auto, provocando que yo, el fantasma, saliera contra el parabrisas sin causar daño alguno al vidrio. Ahí en el suelo, miré a mí alrededor. El estacionamiento del lugar tenía escasos diez espacios para escasos diez carros. El lugar era una clase de supermercado de segunda mano, de aquellos en los que no consigues más que pan, leche y otras cosas que poca gente llega a comprar para comer.
   Rápidamente me levanté del césped. El pasto me dio cosquillas debajo del vestido. Corrí rápidamente en dirección al carro del chico. Cuando me metí al automóvil de nuevo, él ya se encontraba abriendo la puerta trasera.

-Ya llegamos, Scarlet. —Susurró a la maleta.
  ¿Sabía mi nombre? ¿Cómo? Tal vez era de esos acosadores que luego se vuelven violadores y asesinos, por eso me conocía. Qué repugnante.
  Puso mi ataúd-maleta en el suelo y cerró el auto, poniendo los seguros.  Caminó con pesadez hacia el pobre supermercado. Yo lo seguí por atrás con la mandíbula tensa. Las calles en la noche de este pueblo de mala muerte siempre me dieron miedo.
 
   Él cruzó la puerta de cristal del súper con confianza, como si del lugar más seguro del mundo se tratara.
“¿Me venderá como carne molida de res o qué le pasa a éste?,” me dije a mi misma. Realmente no me extrañaría que me hicieran algo así, pero no dejaría que alguien me comiera cual vaca de granja.  

  Al entrar, la garganta del muchacho hizo una arcada, como si quisiera vomitar.
-Huele pésimo ¿qué harán las chicas ahora? ¿Vender ratas de alcantarilla?—Se quejó mi joven asesino. Fue ahí cuando noté que también había perdido mi sentido del olfato. Por más que inhalé por la nariz, no logré percibir ni una pizca del hedor en el supermercado.  
  Sin embargo, aún podía ver. El lugar estaba podrido hasta el fondo. Algunas de las lámparas blancas del techo parpadeaban de manera intermitente, a punto de fundirse. El piso ya era amarillo, en algunos rincones estaba lleno de chicles pisados que nunca nadie había levantado. En medio se encontraban estantes de metal que guardaban poca comida, a la derecha se encontraba un mostrador con un vidrio que mostraba la putrefacta carne que vendían ahí dentro. Detrás del mostrador se encontraba una guapa cajera, la cual miró a mi asesino con ojos brillantes y se acercó a él, en esos tacones de charol negros que sólo una persona como ella usaría.

-Buenas noches, corazón. ¿Cómo estás?—Le saludó coqueta, quitándose el delantal blanco que usaba, dejando ver sus piernas largas y esbeltas debajo de una falda negra.
-Bien, gracias- respondió sonriendo tímido. Puso mi maleta en el suelo de nuevo.
-Pasa, no te avergüences.- lo tomó por los hombros y lo miró  de arriba abajo- ¿Qué traes ahí, corazón?
-Ah... yo... No, nada… - Titubeó. Noté que una gota de sudor cruzaba su nuca. ¿Cómo podría explicar él que traía un cadáver paseando en una maleta?

My Murder. Prólogo.


Recuerdo haber despertado. Mis ojos se abrieron de golpe cuando escuché un grito de mujer aterrada a lo lejos. Me encontraba en un lugar indescriptible. Había muebles viejos aquí y allá, todo estaba oscuro. Aún con la espalda sobre el colchón, giré la cabeza a mi derecha y fue ahí donde me encontré con lo más extraño que pudiera haber visto después de notar que yo no estaba en mi casa. Un muchacho joven se encontraba sentado en una silla de plástico justo en frente de una mesita de madera en donde había una televisión. El chico tenía ambas manos ocupadas; la derecha, sostenía una taza –quizá de café, o té, yo qué sé- y en la izquierda, estaba el control remoto. El grito que me había despertado hace un instante, provenía de la televisión; el muchacho,  se encontraba viendo una película de terror.
De las sombras, apareció un tipo de tez pálida. Caminó sigilosamente y se puso detrás del chico que veía televisión.  Justo cuando el asesino de la película tomaba en sus brazos a una dama, éste, le picó las costillas al otro y lo asustó. El muchacho que veía televisión, dio un grito ensordecedor. El otro, se burló de él. Algo se dijeron, pero no logré escuchar, estaban a unos cinco metros de mí. De repente, el hombre de tez blanca, caminó en dirección mía.
-No es culpa mía, pequeña. —Murmuró, con los ojos verdes brillándole, como si fuera un niño a punto de hacer una travesura. De alguna manera, ya sabía lo que venía.

 Cerré los ojos, esperando a sentir algo, un golpe, un azote, un rasguño, algo. Pero nada pasó, en vez de eso, mi cuello comenzó a dolerme y mi garganta ya no dejaba pasar el aire. ¡Me estaban asfixiando! Hice todo lo posible por arrancarle las enormes y tibias manos de mi cuello, pero su fuerza superaba a la mía. El estrangulador echó una carcajada. El cuerpo me temblaba y la cabeza comenzó a darme vueltas. Recuerdo haber tirado de patadas, lo cual también había sido en vano, porque no golpeaba más que al aire. Por cada segundo que el tipo me asfixiaba, yo me volvía débil.
  Entonces, me hormiguearon los dedos del pie; la sensación llegó hasta las rodillas, después al torso entero hasta llegar a los hombros. Ya había dejado de patear cuando noté que mis manos dejaron de moverse pese a mis intentos fallidos. Mis ojos vieron por última vez aquellos ojos verdes brillante en la obscuridad. Justo antes de desvanecerme para siempre, volví a mirar a mi derecha para intentar pedirle ayuda al chico que se encontraba viendo la televisión. Lo vi correr hacia mí con cara de preocupación. Creo que gritó mi nombre, pero no estoy segura. Al final, cerré mis ojos y entonces tuve una clase de recuerdo.
La obscuridad volvió a llenarme. El frío me enchinó la piel y luego sentí vértigo. La sensación de caer hacia ningún lado es tan rara, que no sé cómo describirla. Me zambullí en alguna clase de pantano y me quedé ahí, en la orilla, dejando que mi mente me recordar qué me había sucedido.
-Buenas noches, corazón. — Escuché una voz grave saludar dentro de mi cabeza.
  En mi recuerdo, sentía angustia. Sin embargo, no lograba ver nada. Era como tener un par de audífonos escuchando un audio libro mientras duermes entre las penumbras.
  Escuché mi voz temblando. Gemía. ¿Me dolía algo, acaso?
-¡Largo!—Le gritaba. Silencio. Luego, la voz grave se reía con maldad. Después, escuché como si una clase de chispa eléctrica chocara con algo más. – ¡AAH! Me duele. ¡Duele mucho! –Mi voz lloraba. — ¡Por favor, el látigo no!
-¿Te duele, verdad?—le preguntó retóricamente.
-Si… sí, me duele. —Confesé con la voz diminuta.
-¿Quieres un cigarrillo?—Preguntó la voz grave.
-N-no, gracias. —Me escuché contestarle con educación.
-¡Toma!—Gritó el hombre que me torturaba. Me escuché gritando dolorosamente una vez más.
-¡No! ¡Aah… no en la pierna!
-Vamos a tener una fiesta ¿sabías?
-No, no por favor. —Supliqué. —No me toques, por favor. –Un gemido de temor salió de mi garganta. —No, no… yo me sé desabrochar sola.
De repente ya no hubo nada más que escuchar. El silencio en la penumbra de mi muerte me dio miedo. Me quedé quieta sin hacer ruido, esperando saber qué más me había pasado.
  Después de unos segundos infernales de incertidumbre, escuché la hebilla de un cinturón caer al suelo, un colchón rechinando de manera incesante. Mi voz se había esfumado, sólo quedaban mis sollozos desesperanzados. Después, silencio total de nuevo.
Pude imaginar mi propio rostro con lágrimas ligeras yendo de aquí para allá, pude imaginarme dándome por vencida, aceptando mi destino.

  Luego, logré abrir los ojos de nuevo pero ya no me sentía igual. Algo en la espalda me faltaba; me faltaba peso. Me senté sobre el colchón. A mis pies, se encontraba un espejo de cuerpo completo. Entonces, vi en el reflejo a mi cuerpo echado ahí, en la cama sucia. Me levanté para ver si era yo quién se encontraba así, pero el reflejo del cuerpo en el colchón no se movió conmigo.
Me paré completamente del colchón, aún mirando al espejo. Intenté buscarme, incluso me acerqué, pegué suavemente mi rostro a aquél mueble, pero nunca encontré mi reflejo.
  Fue ahí cuando lo supe. Yo ya había muerto.
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