Parte I “Isabella”
-¿Podemos tomar un baño antes?—Me preguntó Frank mientras salíamos del parque.
-De acuerdo—dije fastidiada—Regresaremos a casa de Gerard, tomamos un baño, volvemos a agarrar nuestras maletas y vamos a la casa que te digo.
-Bien—dijo él satisfecho.
-De acuerdo—dije fastidiada—Regresaremos a casa de Gerard, tomamos un baño, volvemos a agarrar nuestras maletas y vamos a la casa que te digo.
-Bien—dijo él satisfecho.
Comenzamos a caminar. Llegamos a casa de Gerard y recogimos todo el desorden que logramos al enfrentarlo. Hicimos lo que prometimos y salimos abrigados ligeramente camino a casa de mi abuela.
Al salir de la casa, Frank me miró de arriba abajo, como examinándome. Me miró serio, como si algo estuviera mal, y luego apretó el paso.
Al salir de la casa, Frank me miró de arriba abajo, como examinándome. Me miró serio, como si algo estuviera mal, y luego apretó el paso.
Durante la caminata él, lleno de curiosidad, me preguntó muchas cosas personales sobre Helena, cosas que tuve que evadir un poco y agregarle de mi cosecha… Espero que la media hermana de Gerard sea parecida a mí en cuanto a gustos musicales, pasatiempos y esas cosas. De todos modos él no está aquí para desmentirme.
-Entonces no te gustan los vestidos—dijo él cuando doblamos la esquina de mi calle, inmediatamente llegaron recuerdos a mí. Qué hermoso era ser un humano y tener recuerdos.
-No—dije.
-y…--pensó un poco--¿Dónde están Donna y Donald, tus padres?
-Eh… Pues—dije yo titubeando, ¡Maldita sea! No sabía alguna cosa sobre ellos. Tendré que mentirle de nuevo, al menos Gerard no me escucha—Fallecieron en un accidente. Pero ya no importa.
-Entonces no te gustan los vestidos—dijo él cuando doblamos la esquina de mi calle, inmediatamente llegaron recuerdos a mí. Qué hermoso era ser un humano y tener recuerdos.
-No—dije.
-y…--pensó un poco--¿Dónde están Donna y Donald, tus padres?
-Eh… Pues—dije yo titubeando, ¡Maldita sea! No sabía alguna cosa sobre ellos. Tendré que mentirle de nuevo, al menos Gerard no me escucha—Fallecieron en un accidente. Pero ya no importa.
Frank miró la calle con cierta sospecha, luego su mirada siguió hasta su izquierda.
-Para allá—dijo—Más al fondo se encuentra el cementerio.
No entendí lo que me quería decir, así que yo no dije nada.
-¿Podemos visitar el cementerio antes de ir a… tu casa?—preguntó con esperanza deteniéndose.
-Pero ya casi llegamos, Frank—supliqué.
-Es importante para mí, Helena. Hace mucho que no voy a ese lugar.
-De acuerdo, pero solo iremos unos minutos, quiero regresar
-Bueno—dijo él, con los ojos brillosos llenos de esa ilusión que él siempre poseía.
-Para allá—dijo—Más al fondo se encuentra el cementerio.
No entendí lo que me quería decir, así que yo no dije nada.
-¿Podemos visitar el cementerio antes de ir a… tu casa?—preguntó con esperanza deteniéndose.
-Pero ya casi llegamos, Frank—supliqué.
-Es importante para mí, Helena. Hace mucho que no voy a ese lugar.
-De acuerdo, pero solo iremos unos minutos, quiero regresar
-Bueno—dijo él, con los ojos brillosos llenos de esa ilusión que él siempre poseía.
No puedo entender cómo es que él me obliga a hacer cosas de una manera tan amable y linda.
En esta ocasión, ya que sentía que se me iba el tiempo y el viento frío golpeaba fuertemente nuestros rostros, decidí tomar un taxi.
Metimos nuestras mochilas con ropa y el conductor rápidamente arrancó.
Metimos nuestras mochilas con ropa y el conductor rápidamente arrancó.
*
Ya en el cementerio, Frank se puso a buscar una lápida en particular.
Quizá la de su madre, pensé. Yo lo seguí ciegamente intentando buscar el apellido Iero o quizá Priccolo.
Pero, en un rincón, apartado de las demás, se encontraba una tumba solitaria y llena de césped crecido. Ahí fue donde Frank se arrodilló con una media sonrisa trazada en sus labios. Plantó un beso en la piedra y yo me acerqué.
Quizá la de su madre, pensé. Yo lo seguí ciegamente intentando buscar el apellido Iero o quizá Priccolo.
Pero, en un rincón, apartado de las demás, se encontraba una tumba solitaria y llena de césped crecido. Ahí fue donde Frank se arrodilló con una media sonrisa trazada en sus labios. Plantó un beso en la piedra y yo me acerqué.
-Es ella—dijo con voz entrecortada.
-¿Quién?
-Mi amiga, de la que te hablé—suspiró ahí en el suelo—Scarlet — miró a su derecha y señaló con el dedo—Y aquí, justo a su lado, se encuentra su hermana gemela.
Mi tumba… Era mi tumba, justo ahí se encontraba mi cuerpo, el cuerpo al que esta alma en transición pertenecía.
Pero en vez de dirigirme a la mía, fui y a la derecha de Frank, me arrodillé ante la tumba de mi hermana. Sentí un vacío terrible, el mismo que pasó por mi estómago el día de su entierro…
-Leucemia—dije mirando la lápida detenidamente.
-Sí—asintió Frank con lágrimas en los ojos—Y pensar que eran gemelas.
-Todos creían que Scarlet le había provocado esos moretones ¿no?—seguí.
-Sí, pero yo sabía que no era cierto. ¿Tú conoces la historia?
-Claro que sí—dije con tristeza—Se llamaba Isabella.
-Ah, claro—suspiró—Es obvio, el pueblo es pequeño. Seguro que en el hospital te contaron cientos de cosas las enfermeras.
-Sí, las enfermeras—mentí.
-La última vez que las vi juntas…--hizo una pausa—A Isabella y Scarlet, ambas usaban un vestido azul.
Miré una última vez el sepulcro de mi hermana y me levanté.
Frank susurró algo a mi lápida e hizo lo mismo. Entonces fue ahí donde recordé a la “pequeña Scarlet”, quien, desde que la conocí, usó siempre un vestido azul… ¿No era…? No, la pequeña Scarlet me dijo que se llamaba como yo ¿verdad?
-¿Quién?
-Mi amiga, de la que te hablé—suspiró ahí en el suelo—Scarlet — miró a su derecha y señaló con el dedo—Y aquí, justo a su lado, se encuentra su hermana gemela.
Mi tumba… Era mi tumba, justo ahí se encontraba mi cuerpo, el cuerpo al que esta alma en transición pertenecía.
Pero en vez de dirigirme a la mía, fui y a la derecha de Frank, me arrodillé ante la tumba de mi hermana. Sentí un vacío terrible, el mismo que pasó por mi estómago el día de su entierro…
-Leucemia—dije mirando la lápida detenidamente.
-Sí—asintió Frank con lágrimas en los ojos—Y pensar que eran gemelas.
-Todos creían que Scarlet le había provocado esos moretones ¿no?—seguí.
-Sí, pero yo sabía que no era cierto. ¿Tú conoces la historia?
-Claro que sí—dije con tristeza—Se llamaba Isabella.
-Ah, claro—suspiró—Es obvio, el pueblo es pequeño. Seguro que en el hospital te contaron cientos de cosas las enfermeras.
-Sí, las enfermeras—mentí.
-La última vez que las vi juntas…--hizo una pausa—A Isabella y Scarlet, ambas usaban un vestido azul.
Miré una última vez el sepulcro de mi hermana y me levanté.
Frank susurró algo a mi lápida e hizo lo mismo. Entonces fue ahí donde recordé a la “pequeña Scarlet”, quien, desde que la conocí, usó siempre un vestido azul… ¿No era…? No, la pequeña Scarlet me dijo que se llamaba como yo ¿verdad?
-Bien. Vámonos—le dije tendiéndole la mano e intentando no pensar más en aquél fantasma pequeño, él me sonrió y andamos camino a mi hogar.
*
En el camino él se mostró más alegre, como si la luz del sol le trajera la alegría que necesita.
-Helena, desde que llegaste del hospital eres diferente. Me tienes mucha confianza y tu personalidad es diferente—rio—No sé si esto te ofenda, pero agradezco que te hayas golpeado la cabeza, porque de no haber sido por eso, quizá no te hubieran lavado el cerebro en el hospital—Echó una gran carcajada arqueando las cejas.
-Supongo que sí—contesté guardando eso en mi cabeza como un cumplido y también eché a reír—Mira, ya casi llegamos—le dije a Frank.
-Muy bien.
-Helena, desde que llegaste del hospital eres diferente. Me tienes mucha confianza y tu personalidad es diferente—rio—No sé si esto te ofenda, pero agradezco que te hayas golpeado la cabeza, porque de no haber sido por eso, quizá no te hubieran lavado el cerebro en el hospital—Echó una gran carcajada arqueando las cejas.
-Supongo que sí—contesté guardando eso en mi cabeza como un cumplido y también eché a reír—Mira, ya casi llegamos—le dije a Frank.
-Muy bien.
Doblamos una esquina, dos casas antes de la mía, la de Scarlet. ¿Sería apropiado regresar y contarle todo a mi abuela?
Ya casi llegábamos al porche, pero un hombre con aspecto sucio nos detuvo
-¿Qué quieren aquí?—dijo él con voz rasposa, sus ojos azules me miraban a mí fijamente.
-Vinimos a visitar a la señora que vive aquí—le dije amable. —Con permiso.
-¿A visitar a quién?—Miró a Frank—Supongo que la señora no podrá ver a su nieto, lo siento.
-Usted no es nadie para impedirlo. Con su permiso—le dije esquivándolo, pero antes de que yo pudiera cruzar el pequeño jardín delantero lleno de matas alargadas, él me tomó del brazo.
La misma historia de siempre. Suspiré.
-Es que no es cosa mía, señorita—dijo él. Yo lo miré con recelo.
-¿Qué quiere decir?
-La señora de la casa falleció—contestó triste—Dicen que falleció hace ya casi un año… Justo un mes después de que su nieta hubiera dejado este mundo.
-¿Qué?—No podía creerlo. La abuela había muerto… Pero… Yo no la vi en ninguno de los cielos por donde pasé.
Frank me miró serio y el señor soltó mi brazo.
-¿Estás segura de que esta es casa tuya?—Frank susurró en mi oído acomodándose un gorro de lana en la cabeza.
-Sí. Ahorita te cuento lo demás—prometí.
-Pero creo que era justo. La señora ya no tenía a nadie y nadie más la necesitaba… Pobrecilla—continuó el anciano de olor extraño.
-De todos modos voy a pasar… Para al menos despedirme de… --pensé un poco—De mi madre.
-Dios la bendiga, señorita. Y a su hijo también—Me dijo mientras yo le tomaba la mano a Frank y lo dirigía adentro de la casa de mi abuela.
-Igualmente, señor. Muchas gracias—contesté abriendo la cerca de madera.
-¿Qué quieren aquí?—dijo él con voz rasposa, sus ojos azules me miraban a mí fijamente.
-Vinimos a visitar a la señora que vive aquí—le dije amable. —Con permiso.
-¿A visitar a quién?—Miró a Frank—Supongo que la señora no podrá ver a su nieto, lo siento.
-Usted no es nadie para impedirlo. Con su permiso—le dije esquivándolo, pero antes de que yo pudiera cruzar el pequeño jardín delantero lleno de matas alargadas, él me tomó del brazo.
La misma historia de siempre. Suspiré.
-Es que no es cosa mía, señorita—dijo él. Yo lo miré con recelo.
-¿Qué quiere decir?
-La señora de la casa falleció—contestó triste—Dicen que falleció hace ya casi un año… Justo un mes después de que su nieta hubiera dejado este mundo.
-¿Qué?—No podía creerlo. La abuela había muerto… Pero… Yo no la vi en ninguno de los cielos por donde pasé.
Frank me miró serio y el señor soltó mi brazo.
-¿Estás segura de que esta es casa tuya?—Frank susurró en mi oído acomodándose un gorro de lana en la cabeza.
-Sí. Ahorita te cuento lo demás—prometí.
-Pero creo que era justo. La señora ya no tenía a nadie y nadie más la necesitaba… Pobrecilla—continuó el anciano de olor extraño.
-De todos modos voy a pasar… Para al menos despedirme de… --pensé un poco—De mi madre.
-Dios la bendiga, señorita. Y a su hijo también—Me dijo mientras yo le tomaba la mano a Frank y lo dirigía adentro de la casa de mi abuela.
-Igualmente, señor. Muchas gracias—contesté abriendo la cerca de madera.
Caminamos esquivando el pasto más largo y llegamos a la puerta.
-¿Eres alguna clase de ladrona?—me dijo Frank. Supongo que él sabía de quién era esta casa.
-No—dije tajante—Ahora detenme la bolsa que voy a abrir.
-¿Cómo?—dijo él sosteniéndola como le pedí.
-Yo sé cosas, Frank.
-¿Eres alguna clase de ladrona?—me dijo Frank. Supongo que él sabía de quién era esta casa.
-No—dije tajante—Ahora detenme la bolsa que voy a abrir.
-¿Cómo?—dijo él sosteniéndola como le pedí.
-Yo sé cosas, Frank.
Me agaché y busqué una maceta. Dos pasos a la izquierda de la puerta y ahí, entre la tierra de esta se encontraba la llave. La tomé y abrí la puerta.
Frank me miró boquiabierto, yo tomé de nuevo mi bolsa donde solo tenía dos mudas de Helena y entré. Él me siguió cauteloso, cargando su propia mochila.
-De acuerdo, eres una acosadora—concluyó, pero yo no le hice caso y me adentré a la casa.
Frank me miró boquiabierto, yo tomé de nuevo mi bolsa donde solo tenía dos mudas de Helena y entré. Él me siguió cauteloso, cargando su propia mochila.
-De acuerdo, eres una acosadora—concluyó, pero yo no le hice caso y me adentré a la casa.
La casa estaba igual que siempre. Justo como la recordaba:
A la entrada, se encontraba una mesita muy delgada donde yo antes dejaba las llaves. Al lado había un perchero, ahí todavía estaba la única boina que la abuela me había tejido. La tomé y vinieron recuerdos a mí de cuando yo era todavía una adolescente solitaria pero viva, usando esa boina.
A la entrada, se encontraba una mesita muy delgada donde yo antes dejaba las llaves. Al lado había un perchero, ahí todavía estaba la única boina que la abuela me había tejido. La tomé y vinieron recuerdos a mí de cuando yo era todavía una adolescente solitaria pero viva, usando esa boina.
Caminé un poco más, hasta que vi la sala con esos sillones viejos llenos de flores bordadas. Justo enfrente del sofá había un librero, en medio donde se suponía debía haber una televisión, se encontraba una grabadora. A la abuela no le gustaba ver televisión, prefería escuchar música. En los otros huecos del librero había libros de ciencia, muchos eran del abuelo antes de fallecer, otros eran cuentos que la misma abuela había escrito para mi hermana y para mí.
Los acaricié con delicadeza, recordando aquellas noches en las que mamá y papá iban a trabajar horas extra y nos cuidaba la abuela.
Encontré un retrato, tenía el mismo marco que la foto de Gerard con Helena que yo misma había roto ayer en la mañana.
Era de nosotros cuatro: mamá, papá, mi hermana gemela y yo.
Varias lágrimas comenzaron a caer y rodar por mi rostro. ¿Qué era todo esto? Parecía una pesadilla. Sentir que tengo todo y darme cuenta que mi vida está vacía.
Perder al abuelo de manera natural, perder a mamá y papá en un accidente, perder a mi hermana por un virus llamado leucemia… Perder mi propia vida y lograr que la abuela perdiera la suya. ¿Soy alguna clase de chica con mala suerte ante la vida?
Extraño tanto a mi hermana.
-Scarlet—dije al verme a mí misma de nuevo en la fotografía con vida. Yo soy Scarlet. O no sé… Ya no sé qué soy, porque Scarlet falleció hace un año.
¡Hace un año!
En aquella me veía bien, aún mi pesadilla no empezaba. Mis ojos no mostraban las ojeras que tuve desde el primer accidente, mi sonrisa era verdadera y el cabello lo usaba largo hasta la cintura, tan negro como siempre. Igual al de mi hermana. Recuerdo también cuando le detectaron aquél cáncer en la sangre e iba a sus quimios, me corté que el cabello para que ella no se sintiera mal al perder el suyo. Desde ahí mi cabello siempre fue corto hasta los hombros, sin estilo. Jamás me gustó llamar la atención.
Subí las escaleras hasta mi propia habitación, donde Frank ya estaba.
-Scarlet—dijimos al unísono. Era tan extraño repetir mi propio nombre y no saber qué soy.
-Scarlet—dijimos al unísono. Era tan extraño repetir mi propio nombre y no saber qué soy.
-Eres tú—me dijo con lágrimas en los ojos—Scarlet, tú eres Scarlet.