25 feb 2012

My Murder: Capítulo 25. Parte UNO

Parte I “Isabella”

-¿Podemos tomar un baño antes?—Me preguntó Frank mientras salíamos del parque.
-De acuerdo—dije fastidiada—Regresaremos a casa de Gerard, tomamos un baño, volvemos a agarrar nuestras maletas y vamos a la casa que te digo.
-Bien—dijo él satisfecho.


  Comenzamos a caminar. Llegamos a casa de Gerard y recogimos todo el desorden que logramos al enfrentarlo. Hicimos lo que prometimos y salimos abrigados ligeramente camino a casa de mi abuela.
  Al salir de la casa, Frank me miró de arriba abajo, como examinándome. Me miró serio, como si algo estuviera mal, y luego apretó el paso.

  Durante la caminata él, lleno de curiosidad, me preguntó muchas cosas personales sobre Helena, cosas que tuve que evadir un poco y agregarle de mi cosecha… Espero que la media hermana de Gerard sea parecida a mí en cuanto a gustos musicales, pasatiempos y esas cosas. De todos modos él no está aquí para desmentirme.
-Entonces no te gustan los vestidos—dijo él cuando doblamos la esquina de mi calle, inmediatamente llegaron recuerdos a mí. Qué hermoso era ser un humano y tener recuerdos.
-No—dije.
-y…--pensó un poco--¿Dónde están Donna y Donald, tus padres?
-Eh… Pues—dije yo titubeando, ¡Maldita sea! No sabía alguna cosa sobre ellos. Tendré que mentirle de nuevo, al menos Gerard no me escucha—Fallecieron en un accidente. Pero ya no importa.

Frank miró la calle con cierta sospecha, luego su mirada siguió hasta su izquierda.
-Para allá—dijo—Más al fondo se encuentra el cementerio.
 No entendí lo que me quería decir, así que yo no dije nada.
-¿Podemos visitar el cementerio antes de ir a… tu casa?—preguntó con esperanza deteniéndose.
-Pero ya casi llegamos, Frank—supliqué.
-Es importante para mí, Helena. Hace mucho que no voy a ese lugar.
-De acuerdo, pero solo iremos unos minutos, quiero regresar
-Bueno—dijo él, con los ojos brillosos llenos de esa ilusión que él siempre poseía.

  No puedo entender cómo es que él me obliga a hacer cosas de una manera tan amable y linda.

 En esta ocasión, ya que sentía que se me iba el tiempo y el viento frío golpeaba fuertemente nuestros rostros, decidí tomar un taxi.
 Metimos nuestras mochilas con ropa y el conductor rápidamente arrancó.

*

  Ya en el cementerio, Frank se puso a buscar una lápida en particular.
Quizá la de su madre, pensé. Yo lo seguí ciegamente intentando buscar el apellido Iero o quizá Priccolo.
 Pero, en un rincón, apartado de las demás, se encontraba una tumba solitaria y llena de césped crecido. Ahí fue donde Frank se arrodilló con una media sonrisa trazada en sus labios. Plantó un beso en la piedra y yo me acerqué.

-Es ella—dijo con voz entrecortada.
-¿Quién?
-Mi amiga, de la que te hablé—suspiró ahí en el suelo—Scarlet — miró a su derecha y señaló con el dedo—Y aquí, justo a su lado, se encuentra su hermana gemela.
 Mi tumba… Era mi tumba, justo ahí se encontraba mi cuerpo, el cuerpo al que esta alma en transición pertenecía.
 Pero en vez de dirigirme a la mía, fui y a la derecha de Frank, me arrodillé ante la tumba de mi hermana. Sentí un vacío terrible, el mismo que pasó por mi estómago el día de su entierro…
-Leucemia—dije mirando la lápida detenidamente.
-Sí—asintió Frank con lágrimas en los ojos—Y pensar que eran gemelas.
-Todos creían que Scarlet le había provocado esos moretones ¿no?—seguí.
-Sí, pero yo sabía que no era cierto. ¿Tú conoces la historia?
-Claro que sí—dije con tristeza—Se llamaba Isabella.
-Ah, claro—suspiró—Es obvio, el pueblo es pequeño. Seguro que en el hospital te contaron cientos de cosas las enfermeras.
-Sí, las enfermeras—mentí.
-La última vez que las vi juntas…--hizo una pausa—A Isabella y Scarlet, ambas usaban un vestido azul.
  Miré una última vez el sepulcro de mi hermana y me levanté.
Frank susurró algo a mi lápida e hizo lo mismo. Entonces fue ahí donde recordé a la “pequeña Scarlet”, quien, desde que la conocí, usó siempre un vestido azul… ¿No era…? No, la pequeña Scarlet me dijo que se llamaba como yo ¿verdad?


-Bien. Vámonos—le dije tendiéndole la mano e intentando no pensar más en aquél fantasma pequeño, él me sonrió y andamos camino a mi hogar.

*

En el camino él se mostró más alegre, como si la luz del sol le trajera la alegría que necesita.
-Helena, desde que llegaste del hospital eres diferente. Me tienes mucha confianza y tu personalidad es diferente—rio—No sé si esto te ofenda, pero agradezco que te hayas golpeado la cabeza, porque de no haber sido por eso, quizá no te hubieran lavado el cerebro en el hospital—Echó una gran carcajada arqueando las cejas.
-Supongo que sí—contesté guardando eso en mi cabeza como un cumplido y también eché a reír—Mira, ya casi llegamos—le dije a Frank.
-Muy bien.


  Doblamos una esquina, dos casas antes de la mía, la de Scarlet. ¿Sería apropiado regresar y contarle todo a mi abuela?


 Ya casi llegábamos al porche, pero un hombre con aspecto sucio nos detuvo
-¿Qué quieren aquí?—dijo él con voz rasposa, sus ojos azules me miraban a mí fijamente.
-Vinimos a visitar a la señora que vive aquí—le dije amable. —Con permiso.
-¿A visitar a quién?—Miró a Frank—Supongo que la señora no podrá ver a su nieto, lo siento.
-Usted no es nadie para impedirlo. Con su permiso—le dije esquivándolo, pero antes de que yo pudiera cruzar el pequeño jardín delantero lleno de matas alargadas, él me tomó del brazo.
  La misma historia de siempre. Suspiré.
-Es que no es cosa mía, señorita—dijo él. Yo lo miré con recelo.
-¿Qué quiere decir?
-La señora de la casa falleció—contestó triste—Dicen que falleció hace ya casi un año… Justo un mes después de que su nieta hubiera dejado este mundo.
-¿Qué?—No podía creerlo. La abuela había muerto… Pero… Yo no la vi en ninguno de los cielos por donde pasé.

  Frank me miró serio y el señor soltó mi brazo.
-¿Estás segura de que esta es casa tuya?—Frank susurró en mi oído acomodándose un gorro de lana en la cabeza.
-Sí. Ahorita te cuento lo demás—prometí.
-Pero creo que era justo. La señora ya no tenía a nadie y nadie más la necesitaba… Pobrecilla—continuó el anciano de olor extraño.
-De todos modos voy a pasar… Para al menos despedirme de… --pensé un poco—De mi madre.
-Dios la bendiga, señorita. Y a su hijo también—Me dijo mientras yo le tomaba la mano a Frank y lo dirigía adentro de la casa de mi abuela.
-Igualmente, señor. Muchas gracias—contesté abriendo la cerca de madera.



 Caminamos esquivando el pasto más largo y llegamos a la puerta.
 -¿Eres alguna clase de ladrona?—me dijo Frank. Supongo que él sabía de quién era esta casa.
-No—dije tajante—Ahora detenme la bolsa que voy a abrir.
-¿Cómo?—dijo él sosteniéndola como le pedí.
-Yo sé cosas, Frank.

 Me agaché y busqué una maceta. Dos pasos a la izquierda de la puerta y ahí, entre la tierra de esta se encontraba la llave. La tomé y abrí la puerta.
 Frank me miró boquiabierto, yo tomé de nuevo mi bolsa donde solo tenía dos mudas de Helena y entré. Él me siguió cauteloso, cargando su propia mochila.
-De acuerdo, eres una acosadora—concluyó, pero yo no le hice caso y me adentré a la casa.

 La casa estaba igual que siempre. Justo como la recordaba:
A la entrada, se encontraba una mesita muy delgada donde yo antes dejaba las llaves. Al lado había un perchero, ahí todavía estaba la única boina que la abuela me había tejido. La tomé y vinieron recuerdos a mí de cuando yo era todavía una adolescente solitaria pero viva, usando esa boina.

 Caminé un poco más, hasta que vi la sala con esos sillones viejos llenos de flores bordadas. Justo enfrente del sofá había un librero, en medio donde se suponía debía haber una televisión, se encontraba una grabadora. A la abuela no le gustaba ver televisión, prefería escuchar música. En los otros huecos del librero había libros de ciencia, muchos eran del abuelo antes de fallecer, otros eran cuentos que la misma abuela había escrito para mi hermana y para mí.

 Los acaricié con delicadeza, recordando aquellas noches en las que mamá y papá iban a trabajar horas extra y nos cuidaba la abuela.

 Encontré un retrato, tenía el mismo marco que la foto de Gerard con Helena que yo misma había roto ayer en la mañana.

 Era de nosotros cuatro: mamá, papá, mi hermana gemela y yo.

Varias lágrimas comenzaron a caer y rodar por mi rostro. ¿Qué era todo esto? Parecía una pesadilla. Sentir que tengo todo y darme cuenta que mi vida está vacía.

 Perder al abuelo de manera natural, perder a mamá y papá en un accidente, perder a mi hermana por un virus llamado leucemia… Perder mi propia vida y lograr que la abuela perdiera la suya. ¿Soy alguna clase de chica con mala suerte ante la vida?

  Extraño tanto a mi hermana.

-Scarlet—dije al verme a mí misma de nuevo en la fotografía con vida. Yo soy Scarlet. O no sé… Ya no sé qué soy, porque Scarlet falleció hace un año.

¡Hace un año!

 En aquella me veía bien, aún mi pesadilla no empezaba. Mis ojos no mostraban las ojeras que tuve desde el primer accidente, mi sonrisa era verdadera y el cabello lo usaba largo hasta la cintura, tan negro como siempre. Igual al de mi hermana. Recuerdo también cuando le detectaron aquél cáncer en la sangre e iba a sus quimios, me corté que el cabello para que ella no se sintiera mal al perder el suyo. Desde ahí mi cabello siempre fue corto hasta los hombros, sin estilo. Jamás me gustó llamar la atención.

 Subí las escaleras hasta mi propia habitación, donde Frank ya estaba.
-Scarlet—dijimos al unísono. Era tan extraño repetir mi propio nombre y no saber qué soy.

-Eres tú—me dijo con lágrimas en los ojos—Scarlet, tú eres Scarlet.

22 feb 2012

My Murder: Capítulo 24

"El tipo de suciedad donde el agua nunca limpia bien las ropas..."
(MCR "the kind of dirty where the water never cleans off the clothes...")

  Amanecí cerca de un basurero en un callejón cuyo nombre desconozco, sentada en el suelo con la cabeza de Frank sobre mi hombro. Creo que estaba roncando. Me dolían los brazos y estaba sudando.
  El sol comenzaba a salir, haciendo que el cielo tomara un color rojizo y amarillento. Me tomó muy pocos segundos darme cuenta de que enserio me encontraba cerca de un enorme bote de basura, afuera en la calle. A unos metros de mí, comenzó a sonar un celular.

 El sonido calaba mis oídos haciendo que quise tapármelos inmediatamente, tenía jaqueca.  Pero no lo hice, ya que Frank se encontraba durmiendo plácidamente sobre mi hombro derecho.
 Entonces me levanté dejando con mucho cuidado su cabeza sobre el suelo. Me quité la chamarra que tenía puesta desde… ¿Ayer? Y le hice una clase de almohada.
  Escuché atentamente para encontrar aquél celular. No caminé mucho, hasta que me topé con un costal de papas… ¿Dentro de ese costal enserio se encontraba un celular?
  No me importó mucho la idea, lo único que quería era callar el teléfono. No había sido una buena noche.
  Así que lo abrí. Olía asqueroso, estaba húmedo. El celular seguía sonando haciendo que me matara el dolor de cabeza. Pero era seguro que el sonido venía de este costal.

  Miré bien dentro, encontré un zapato, recorrí lo que había allí dentro y me encontré con un pantalón de mezclilla; busqué las bolsas y por suerte encontré el teléfono. Lo apagué y mi dolor se fue, suspiré hondo.

 Pero entonces vi mis manos…

  Estaban manchadas de un rojo oscuro y húmedo.  Olía a algo oxidado: era sangre. Entonces metí más las manos sin ver el interior del costal de papas… Sentí un cuerpo, su torso, luego sus hombros. Metí más los brazos; el cuello, ¡Su rostro!... Su cabello.


-Sigue muerto ¿Verdad? –susurró Frank detrás de mí, haciendo que brincara del susto.

-¿Entonces sí lo asesinamos? ¡Maldita sea! Creí que había sido una pesadilla.

  Yo, Scarlet, había asesinado a mi primer asesino, con el disfraz de su media hermana. ¡Pero qué cruel!

¿Y saben qué es lo peor? … Que no me siento culpable, no me duele haberlo asesinado, no me duelen los recuerdos de la noche anterior, no me hacen sentir mal. De hecho me siento más alegre, como si me hubieran quitado un peso de encima.

-Helena, creo que no debimos dormir aquí—me dijo Frank con preocupación.
-¿Por qué dormimos aquí? –Pregunté intentando recordar lo que había pasado en este callejón.
-Realmente no lo sé. Estábamos cansados de correr con ese… bulto—Frank se veía nervioso.
-No te sientas mal, Frankito—le dije intentando calmarlo—Fui yo quien lo hizo… Nadie va a hacerte daño. Te lo prometo

-Helena—volvió a decir—Es la persona número tres que veo morir…
  Parecía un pequeño de cinco años pidiendo amor. Su rostro estaba mojado por el sudor y un poco sucio.
  Lo abracé con cariño y él también estrechó mi torso recargando su cabeza sobre mi hombro derecho.

-Vámonos de aquí y dejemos a Gerard solo.
-¿No piensas enterrarlo dignamente?—dijo él contradiciendo mis deseos de huir respirando aún sobre mi cuello.
-Muy bien. Lo enterraremos en ese parque donde ibas a jugar con Scarlet—le dije mencionando mi fantasma para ver cómo reaccionaba. Pero en vez de sorprenderse me sonrió como si no hubiera mencionado mi propio nombre, y me tomó de la mano.

 Juntos levantamos el saco de papas y caminamos saliendo del callejón.

*

 Al llegar al parque, ese que está cerca del mini súper donde Gerard trabajaba,  justo donde se encontraba el lago donde habían echado mi cuerpo.
-¿Qué hora es?—Yo cargaba mayor parte el cuerpo de Gerard, de nuevo mis manos comenzaban a humedecerse de aquella sangre pesada que solo él y Mario podían poseer.
-Como la cinco de la mañana, supongo—Frank iba adelante, casi no escuchaba su voz— ¿Por qué?
-Es bueno saber que no hay mucha gente a esta hora en el parque—dije con un tono liviano, como dije realmente no me dolía haberlo asesinado—Mira, en ese árbol a tu izquierda, ahí parece ser un buen lugar para que su cuerpo descanse.

  Frank miró hacia donde le señalé y comenzó a andar camino al árbol frondoso.

  Los primeros rayos de la mañana comenzaron a asomarse entre las copas de las decenas de árboles del parque del condado. Hacían que el cabello oscuro y corto de Frank brillara mucho, también dibujaban su silueta de niño adolescente mientras caminaba.

 El cielo abría paso a un sol enorme y anaranjado.

 Al llegar, dejamos el costal en el suelo haciendo que la tierra comenzara a inundarse de más sangre. Realmente no sé por qué salía tanta, la noche anterior su cuerpo no chorreaba así. Entonces, comenzamos a cavar un hoyo más o menos grande con nuestras propias manos. Era la primera vez que hacía algo como esto. Me dolían las uñas, los dedos de tanto cavar. Pero al final lo logramos.

-Descansa en paz, Gerard Way—murmuró Frank parado a mi lado mientras yo, agachada, bajaba aquél bulto sin vida a las penumbras de la tierra en el parque.Miré a mi izquierda, a lo lejos lograba ver el supermercado donde quizá se encontraba Mario haciendo quién sabe qué.

Al terminar de llenar el hueco de tierra, me levanté asintiendo.
-Sí. Descansa en paz. –suspiré recordando mi propio funeral—Espero llegues con los ángeles más pronto que yo—murmuré para que Frank no me escuchara.
 Él  se persignó y luego me abrazó con fuerza aferrándose a mis hombros como si fuera a caerse de alguna clase de precipicio.
-Vamos—Le dije avanzando mientras intentaba analizar todo lo que había pasado desde la noche anterior hasta ahora.

 Frank me siguió y tomó mi mano. Comenzó a llorar en silencio. Sólo escuchaba su nariz húmeda haciendo ruido.

  Caminamos hasta un lugar lleno de bancas en el parque y ahí nos sentamos. Frank recargó su cabeza sobre mi hombro.

-¿Crees que hayamos hecho bien en dejarlo aquí?—preguntó él. Aún con lágrimas en los ojos.
-No lo sé—contesté quieta mirando el cielo que abría paso a un gran sol amaneciendo. El cielo era cada vez menos rojo tornándose azul.
-Tengo miedo
  Lo miré de soslayo, él me estaba mirando a mí esperando alguna respuesta reconfortante. Entonces lo abracé de nuevo dejando su cabeza sobre mi hombro.
-No, Frank—dije con voz dulce—No temas, es culpa mía. Fui yo—suspiré bajando la mirada—Yo lo maté.
 Se quedó callado y muy quieto por un segundo.
-¿No te duele?
 Lo miré extrañada.
-¿Qué?
-Haber perdido a tu hermano después de otra pelea cotidiana—Su voz sonaba extraña sobre mi pecho. Le miré la cabeza.
-No—respondí fría.
 Frank volvió a petrificarse y luego se incorporó bien para verme con cara perpleja.
-¿Por qué?—se veía alterado.
 Era el momento. El momento correcto de decirle la verdad, sobre mí, sobre Scarlet y lo que pasó con el alma de Helena.
 Pero no sabía cómo decírselo ¿Me creería? Supongo que era el momento de ponerlo a prueba.

Suspiré dándome fuerzas y algo de valentía para lograr confesar los raros acontecimientos desde la última vez que me había presentado ante Frank como un simple fantasma.

-Scarlet—Solté de repente. Fue lo primero que me vino a la cabeza y lo primero que salió de mi boca.
 Frank me miró con los ojos abiertos como platos, comenzó a temblarle el mentón y sus ojos avellana volvieron a mojarse, pero sin soltar alguna lágrima.

- ¿Qué… Qué dijiste?
-¿Alguna vez viste lo azul que es el cielo?—le comenté evadiendo la pregunta. Qué rápido lograba acobardarme.
 Al parecer Frank también se sentía incómodo al hablar de mí, pues miró el cielo.
-Una vieja amiga me dijo que cuando llovía, era porque mi madre lloraba—Sonrió y sus ojos brillaron—Ahora no sé dónde está ella.
 Siguió con la mirada clavada en el cielo como si buscara algo entre las nubes. Segundos después su rostro se tornó triste de nuevo.
-¿Quién?—le interrumpí--¿Quién “ella”, tu madre o… tu amiga?
-Oh—entonces volvió a mirarme a los ojos. Él siempre me habló a los ojos—Pues, no sé dónde está mi amiga.
-¿Quieres ir a buscarla?—pregunté haciendo como que no conocía el tema.
-No—me sonrió comprensible—Ella falleció.
-Scarlet—volví a soltar de repente.
-Sí, ella. La mencionaste hace un rato.
-¿Era el fantasma del que siempre hablaste? ¿El mismo fantasma que hizo que Gerard te llevara a terapia?
-Sí…--su cara volvió a mostrarme intriga-¿Cómo sabes eso?
-Si supieras—le dije misteriosa
-Tu sí me crees ¿Verdad?
-Claro que te creo—le dije tomándole las manos. –Vamos
-¿A dónde?
-A mi casa—le dije confiada.
-¿Regresaremos por nuestras cosas?
-No.—dije soltando una risita—A esa casa no. A mí hogar original.
-¿Hasta New Jersey?
-no—repetí—A un lugar que visitabas cuando eras pequeño.
 La iba a llevar a mí casa, a casa de Scarlet. Desde que había fallecido nunca había entrado a mi propia habitación y tuve ganas de compartir los recuerdos con mi Frank.

19 feb 2012

My Murder: Capítulo 23

"Hoy es la última noche, así que di adiós"
(30 seconds to Mars-“Tonight’s the last, so say goodbye”)

No sé ni qué hora era. Sólo sé que tenía una bolsa llena de ropa de Helena en mis manos, que Frank estaba saliendo de su habitación también con sus cosas y que entonces Gerard Way llegó a casa.


  Al ver que tenía un abrigo puesto, una bufanda y la bolsa en mi mano, él me miró sorprendido cerrando la puerta con cuidado.

-¿Qué pasa?—dijo abriendo sus verdes ojos mientras soltaba las llaves dejándolas caer sobre una mesita a su lado.
-Nada—contesté desviando la mirada. No quería que se alterara si le decía la verdad.
-¿Y esa bolsa? ¿A dónde vas? –Gerard es un ser muy curioso, al parecer.
 En eso, Frank cerró la puerta de su habitación

-¿Lista para irnos? –dijo confianzudo y distraído.
-¿Qué? ¿A dónde van? –Gerard insistió esta vez se escuchaba desesperado.
 Frank lo miró con miedo al darse cuenta de su error por abrir tanto la boca y luego me miró a mí.

-Vamos a dar un paseo—contesté intentando sonar calmada.
 Gerard se acercó a mí y se quitó esa gorra negra que siempre usa cuando asesina gente, lo sé. 

  Entonces me abrazó y en mi oído susurró suplicando:

-Helena, estás agotada, no puedes salir. Descansa
 Deshice el abrazo y contesté
-Ya descansé lo suficiente, incluso hice de comer y estoy fuerte. Quiero salir un rato ¿sí?
  Hizo caso omiso a mi petición y miró a Frank desconcertado, como si algo no encajara.

-¿Qué haces aquí?
-Yo… Eeh—Frank comenzó a titubear.
-Yo llamé a su escuela y le dije que viniera—interrumpí –Yo lo dejé quedarse aquí, Gee ¿Algún problema?
-¿Enserio? Creí que se odiaban a muerte—dijo un Gerard crédulo— SI eso está bien para ti, entonces está bien para mí… Supongo

-Bueno, ahora que todo está aclarado. Nos vamos de paseo, tú puedes quedarte aquí y descansar si quieres—dije alegre, ya estaba actuando mejor, presiento que ya sonaba mucho como Helena.
-¡Te dije que no, Helena! –contestó molesto—No quiero que te pase nada ¿de acuerdo?
-No. Yo voy a dar un paseo con mi amigo Frank y punto, no te pedí permiso
. ¿De acuerdo?
-
Helena, vas a quedarte aquí—tomó mi brazo muy fuerte, haciendo que me doliera. Realmente extrañaba el dolor humano, pero en las circunstancias en las que me encontraba, el dolor era terrible--¡¡Y vas a hacer lo que yo te diga!! –completó zarandeándome de manera brusca.
-¿y si no qué? ¿Me vas a pegar como a Frank, como aquella noche…? –lo reté, Gerard me miró anonadado y luego su rostro se tornó oscuro y frunció el ceño.


-¡Cállate!—musitó nervioso, pero sin soltar mi brazo.
-Quita tus sucios dedos de mi antebrazo, Gerard. Yo voy a salir con o sin tu consentimiento.
-¡Que no! –me gritó alterándose cada vez más. Rechinaron sus dientes amarillos.
-Me estás lastimando, Gee. Suéltame, por favor—supliqué con voz temblorosa.
-No—dijo él y luego miró a Frank—Y tú, sal de mi casa. No eres bienvenido aquí. Ya te lo había dicho ¿no?
-S-sí… y-ya voy, señor—contestó Iero con lágrimas en los ojos. Se apresuró a la puerta.
-¡¡No!! –Grité haciendo que Frank se detuviera y volteara a vernos—No voy a dejarte ir de nuevo. Tú te quedas aquí, te dije que yo sería la adulta responsable de tu vida…


 Frank me miró con aire esperanzado, yo le sonreí. Lo miré a los ojos, y a pesar de la distancia que había entre donde yo estaba y la puerta, me perdí en lo claros que eran. En la luz inocente que siempre tuvieron desde que lo conocí. Le sonreí de manera automática y el me devolvió el gesto, una lágrima cayó en su rostro y otra en el mío.

 Temía que me separaran de él otra vez. No iba a permitirlo.


-¿Qué pasa aquí? –Dijo Gerard susceptible--¿Por qué esa lágrima, Helena?
-Me duele, Gerard—mentí mirando mi brazo.
-Y a mí me duele que te arriesgues. No puedes irte, hermanita.
-No me hables con cariño, que bien sabes que no lo sientes—suspiré—Ahora suéltame.
-No—insistió Gerard apretando más cerca de la articulación de mi codo, haciendo que el brazo se me acalambrara.
-¡Me duele mucho! –Chillé—Si vas a hacerme algo, hazlo de una vez y déjame ir.
-¿Quieres que te haga algo, niña desobediente? –por un momento Gerard sonó como Mario. Eso me tomó por sorpresa.


  Gerard volvió a rechinar los dientes y sus ojos comenzaron a enrojecerse.  Yo intenté soltarme, temí que enserio me hiciera algo.

  Recordé la noche en que ellos asesinaron a Scarlet. De nuevo todo venía a mi mente, como una película sobre mis párpados…

De pronto, un sonido fuerte me interrumpió. Comenzó a dolerme la mejilla y ya me encontraba sobre el suelo.

  Gerard me había golpeado con tal fuerza que me tiró. Me dolió todo. Como dije antes, el dolor humano ya no era lo mío desde que había muerto, pero creo que debía recordar cómo se sentía.

 Estaba perturbada, automáticamente llevé mi mano hacia mi rostro intentando sosegar el dolor. Dirigí mi mirada hacia arriba, donde Gerard se encontraba mirándome sorprendido y también algo aturdido. Después miré la puerta para asegurarme de que Frank seguía ahí. Pero no logré verlo, el sofá de la sala me tapaba la vista.

-Sabes que no debes retarme, Helena—murmuró mi hermano—Pero tú lo pediste…
-¡Eres un monstruo! –le grité ocasionando que sus ojos salieran de sus órbitas por el coraje. Caminó un paso hacia mí, se agachó y me tomó por los hombros, alzándome.

 Me sostenía entre sus manos de modo que mis pies permanecían a medio metro del suelo. No tenía idea de lo que iba a hacer, sólo sentía angustia y miedo.

 En vez de mirarlo a los ojos, volteé otra vez hacia la puerta y esta vez logré verlo. Frank estaba parado, atónito… Petrificado. Miraba la escena entre mi violento hermano y yo. Comenzó a llorar. Supongo que se sentía impotente, y era por el miedo.

-¡No me desobedecerás de nuevo, Helena! Lo prometo—dijo un Gerard furioso.  Me aventó al sofá, que se encontraba justo detrás de mí y proclamó—: Te quedarás ahí sentada, descansando, como te lo pedí hace horas antes de irme a trabajar. ¿Bien?
-¡no!—contesté y mi voz tembló al igual que mi cuerpo. Otra lágrima de miedo rodó sobre mi mejilla—Ya tengo 21.Y el que tu seas siempre el mayor, no implica que debas cuidarme todo el tiempo… --lo miré dolida a los ojos aceituna que sólo Gerard podía poseer y luego bajé la mirada al suelo. Aún temía que me hiciera algo, pero no iba a quedarme un minuto más dentro de esa casa de locos. Quería huir. Huir lejos con Frank para perdernos entre los miles de paisajes que el mundo podía darnos.
-¿No entiendes que no puedes irte? –volvió a hablar fuerte haciendo queme dolieran los oídos. –No voy a dejarte ir, Helena.
-Déjame en paz, Gerard. Yo sé lo que hago—me levanté del sofá para encaminarme hacia la puerta e irme con Frank, pero antes de que pudiera hacer nada, Gerard me tomó de nuevo del antebrazo y me jaló. Su fuerza era la misma que había usado conmigo, cuando era Scarlet, y me habían secuestrado en el bosque.

  Esta vez actué yo más rápido y lo empujé, pero no logré que me soltara del todo. En vez de eso, me rodeó la cintura con su brazo, haciendo que chocara con su pecho…
-Te dije que no—susurró detrás de mí, sobre mi oreja.
-¡Suéltame, imbécil! –le grité llena de pavor y enojo.
-¿Sabes cómo a quién sonaste?—Gerard sonaba tenso en mis oídos, no lograba ver que cara ponía.
-¿Qué?
-Helena… Sólo una persona maldice de esa manera y esa persona está muerta.
  Intenté voltearme para enfrentarle, pero él seguía tomándome con fuerza. Parecía un hombre queriendo seducirme, pero lo único que quería era lastimarme.
-…Scarlet… --Frank seguía ahí y su voz retumbó en mi cabeza. Había pronunciado mi verdadero nombre.
-¡Exacto!—Gerard se tensaba cada vez más. Lo sé porque le temblaban los brazos alrededor mío. –Hermanita… Helena. Yo sé que tú sí sabes lo que hago, sabes que asesino gente.
-Lo sé—respondí temblando igual que él.
-¿Conocías a Scarlet? Era una chica de 15 años, muy tonta y sola… No me quedó otro remedio. Tuve que obedecer a mi jefe y pues… Ya conoces el final.

 ¿Era en serio? ¿Gerard le estaba confesando a su hermana menor que había asesinado a un joven de 15 años?
-¿Por qué le quitaste la vida? –pregunté sollozando, mi corazón palpitaba fuertemente.
-Ya te lo dije, Mario me lo pidió… Por suerte no encontraron nada de mí en ella.—rió maléficamente haciendo que me diera un escalofrío—Apuesto a que disfrutó de mis “cosquillas” dentro de ella antes de morir…





No podía creerlo, Gerard me violó.

“¡Aaah! ¡Aaaaaaah! ¡¡¡Por favor!!! Suéltame...
¡¡SUELTAME!! ¡Dios mío, Me duele! ¡Me duele, imbécil!


Me escuché atentamente.
¡ya! Suéltame. Deja de tocarme... ¡Déjame! ¡No eres nadie para tratarme así!...
¡¡Aaaay!! ¡Me duele!! ¡No! ¡No me toques!
¡No! ¡Suéltame, yo sé desabrocharme sola! No lo hagas... Por favor. Por favor


Comenzaba a suplicar.
Mis propios gritos me causaron terror. Quería salvarme.
Pero no sabía cómo.
-Silencio. Sh,shsh... Cálmate, corazón, no pasará nada interesante

La voz de un hombre comenzó a hablar de manera perceptiva
-No me harás dañó ¿o sí?
La mía era suplicante, ya no gritaba

El hombre no respondió. Y comenzaron a sonar golpes. Golpes hacía alguien.
 Después, todo se quedó en silencio. El colchón dejó de rechinar, dejé de murmurar y la garganta del aquél hombre dejó soltar un suspiro de satisfacción.






De pronto, un estruendo de algo que acababa de romperse me sorprendió. ¿Qué había pasado?

  Sentí cómo Gerard me soltaba poco a poco. Miré de nuevo la puerta, Frank no estaba ahí. Luego el cuerpo de mi medio hermano cayó al suelo. Miré hacia mi espalda y ahí se encontraba él, con medio jarrón en la mano derecha y marcas de lágrimas en todo su rostro de adolescente. Frank había golpeado a Gerard en la cabeza con un jarrón que se encontraba en la mesita de la sala, lleno de orquídeas moradas.

  Gerard estaba tirado inconsciente, con los ojos cerrados. Frank volvió a petrificarse atónito por lo que acababa de hacer. Me miró con miedo.
-¿Está muerto? –preguntó preocupado.


  Yo… no sabía qué pensar, decir o hacer.
-Gracias—fue lo único que logré pronunciar y luego sonreí.
-¿Gerard sigue respirando? –insistió Frank agachándose para observarlo mejor. Yo hice lo mismo.


 Le toqué la nuca. Sentí algo húmedo, casi viscoso saliendo de ahí… Miré mi mano y tenía sangre. Su cabeza estaba empapada de sangre.

 Frank tomó aire de manera exagerada, asustado. Entonces se acercó a él e intentó tomarle el pulso.
-¡Helena!—dijo asustado abriendo más los ojos.
-¿Sí está muerto?


 Frank no me dijo nada. Entonces sentí que el suelo vibraba un poco… Era Gerard balbuceando sobre el piso. No había muerto. Tomó mi pie y yo, automáticamente le pateé sin querer la cabeza…

-Creo que ahora sí—Frank tomó mi mano con fuerza, como si intentara sacarme a ahí lo más rápido posible, pero en vez de eso, me miró a los ojos aterrado— ¡Lo matamos!
 Él se acercó a mí temblando. Yo lo abracé intentando calmarlo…
-Todo está bien—le besé la frente cual madre a su hijo pequeño—No nos pasará nada, Frank…--suspiré sobre su cabeza—Gerard ya no nos puede hacer daño.
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